Sabíamos que no habría manera de huir, que el éxtasis patriotero nos atraparía en estas primeras épocas del estío. Como en una canción de Dylan, atrapados por el blues del fútbol, acabada la liga, empieza la Eurocopa. Los que han leído con regularidad esta columna saben lo mucho que me asquea esta exaltación de la españolidad puntual y amañada, esta ostentación de los símbolos de la patria, ocultos durante once meses y que se muestran, naftalinosos y artificiales, bajo la dictadura del balón. Estremecido por un anuncio de telefonía móvil, patrocinador de la selección española (¿todo el mundo patrocina la selección? ¿es gratis o desgrava? Lo digo porque este año me ha salido "a devolver" ) donde los aficionados llegan desde todas las partes del país, comenzando, agárrense los machos, por Bilbao. ¡Por Bilbao! La primera reivincicación de la españolidad de las provincias vascas desde la furia de Aguirre, pasando por encima la leyenda de Arconada doblándose las medias para que no se le viera la bandera, justo antes de que Platini le marcara un gol tan ridículo que parecía preparado. España, otra vez de colores, se paraliza frente al evento: supermercados, hamburgueserías, coleccionables en los kioskos....todo vale si sigues a la roja. La Eurocopa, que tiene mucho de brindis al sol, es un narcótico mediático que aumenta la psicosis de un país, que más que copas necesita bonos (todos europeos, no lo olvidemos) y que como se nos ocurra ganar en la semifinal a los alemanes el torpedo a la línea de flotación que nos mandará la Merkel no tendrá parangón ni con los que marcaba Muller. Todo esto, como pueden ver, dicho con la boca pequeña, que el que firma es capaz de rebuscar entre las más oscuras cubetas del rastro en busca de una colección completa Italia 90 de cromos Panini. Yo vi jugar a Martín Vazquez, merezco un respeto.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 7 de junio de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario