Me gustan los tebeos. Nunca lo he negado. Incluso el estreno de una película con los personajes de una de mis colecciones favoritas enciende una pequeña chispa de alegría en estos tiempos de tijeras afiladas, cajones vacíos y pesadillas premonitorias. Recuerdo, de crío, esperar la llegada del viernes por la tarde para, con unas monedas de cien pesetas bien apretadas en la mano, acudir a mi visita semanal a alguna tienda especializada. Sin tanta parafernalia como ahora, tebeos de grapa, alguna novela gráfica, restos de serie de los ochenta y los primeros muñecos de coleccionista. Después hemos sofisticado el lenguaje y los contenidos, aparentemente saciadas la pasión por la capa y espada, por la ciencia ficción o el terror especulativo, se han terminado imponiendo sesudas reflexiones en las viñetas más vendidas. Algunas de esas novelas gráficas se pueden encontrar, incluso, en los estantes menos visibles de las librerías serias (no pongo comillas, aunque no deje de ser un epíteto, ustedes me entienden). El mismo niño, que terminaba los deberes tan rápido como podía para poder sentarse a leer un rato, es hoy el que manda las tareas, pero sigue experimentando un cierto placer culpable cada vez que abre uno de esos tebeos, un Celso Piñol o un Warren Ellis, para buscar un poco de descanso y media sonrisa. Escapando de los gafapásticos talibanes, de los adolescentes tardíos reconvertidos en padres de familia pre-numerosa (de esos que cuando se refieren a su última adquisición dicen: “estoy hablando de cuatro millones de pesetas”), hijos de la Bola de Cristal, Alfonso Arús y Perico Delgado, yo os convoco en estos tiempos oscuros. No tengáis miedo a la serpiente ni al monstruo que engendran los sueños de mañana, es tiempo de soluciones ingeniosas y trabajo. ¡Vengadores, reuníos!
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 26 de abril de 2012
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