Como en una mala imitación de Tolkien, como en una versión apócrifa de la obra de Tim Burton, más Freddy Krueger que Eduardo Manostijeras, el presidente Rajoy ha sacado las tijeras. Y, en lo que parece una parodia de un gobernante de derechas -de la tópica, de la dura-, se ha lanzado a por los eslabones más sociales de la exigua cadena pública: sanidad y educación. Una notita pasada bajo mano en mitad de una reunión en la enésima cumbre europea. Casi parecía una broma, blanco y en botella. Y uno duda si aplaudir la sinceridad ideológica, echarse a temblar por el agujero socialista que se han debido encontrar o mandar un poco a tomar por saco a nuestros recientes gobernantes si su solución inmediata es obtener líquidez de los defraudadores y volver con los mismos tópicos de siempre. La parálisis de la iniciativa privada no tiene por qué convertir a los servicios fundamentales del estado en muertos vivientes a los que disparar sin comprobar si todavía respiran. Esperanza Aguirre, inmutable bajo los focos, sin miedo a ser acusada de encastillamiento, ha mirado a los ojos a la bestia y ha propuesto devolver las competencias al Gobierno central. Si el déficit público se ha ido disparndo estos años de manera desproporcionada y el punto de partida ha coincidido con la transferencia a las comunidades y el proceso descentralizador más salvaje de la historia de Europa Occidental, uno empieza a sospechar que el juego autonómico terminará por devorarnos. Hace tiempo que, en esta misma columna, defendí esa posibilidad, que dotaría de serenidad y templanza al país. No nos dejemos atrapar por el popurrí demagógico, no queramos salir de las arenas movedizas apoyándonos en los hombros de los que se ahogan, no caigamos en tópicos endebles. No se puede caer en lo evidente. Soluciones arriesgadas en tiempos apocalípticos. Imaginación, señor Rajoy, por favor.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 12 de Abril de 2012
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