Ha comenzado una nueva edición del Eurobasket y el equipo español asusta. Se lo noto en la cara a los lituanos y a los griegos, la mirada del tigre ha vuelto, el sueño tiene forma de balón y color anaranjado. Nunca me ha convencido el patriotismo barato que aparece en forma de plaga de banderas y cánticos con las victorias deportivas. El orgullo de ser español circunscrito a gestas intrascendentes de jovencísimos millonarios superdotados físicamente me parece una estupidez mayúscula, casi tanto como la superchería de boina (o txapela, barretina e incluso cachirulo, que de todo tenemos) de los nacionalismos. Y entonces, Octavio, ¿por qué te ves hasta los amistosos de la selección de baloncesto? Supongo que es inherente al carácter contradictorio de un buen español, ni más ni menos. También porque el baloncesto está ligado a mi adolescencia, al Príncipe Felipe, Mark Davis y a la eterna espera de la vuelta de Fernando Martín. Y, por supuesto, porque la mayor parte de los jugadores de la selección han crecido exprimiendo su verano a través de las distintas categorías, involucrándose en un proyecto que ha terminado funcionando magníficamente. El éxito de la planificación, deportiva o industrial, tendría que ser motivo de alegría y celebración. Aunque tengamos que sufrir al agorero de Ramón Trecet (ángel nocturno en muchas madrugadas "Cerca de las estrellas") y al palizas de Iturriaga, defendamos en zona la memoria de los jóvenes airados, los hijos del "angolazo", de los cuartos de final perdidos contra Brasil y Australia, fans de Ferrán Martínez, imitadores de las gafas de Antonio Díaz Miguel (que estás en los cielos), devotos de la Iglesia de los Gasol de los últimos días... apretemos los dientes, que toca volver al trabajo y septiembre se hace muy largo.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 1 de septiembre de 2011
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