El poeta Ángel Guinda escapó de Zaragoza hace más de veinte años. Una ciudad que seguía temblando frente a la insurrección no consumada de unos tiempos convulsos y que hoy es un amasijo de venas reventadas y asfaltos cansinos que no sobreviviría a una ninguna revuelta. Sus habitantes deambulamos confusos evitando los lugares luminosos y a los enmascarados que ahogaron la poesía. Ayer Ángel Guinda volvió, otra vez, a sus calles y nos entregó uno de esos breves manuales para la supervivencia que ya sólo se encuentran en alguna olvidada estantería de las librerías de viejo. Ángel Guinda es una persona generosa y escribe poemas para los demás, alejado del hermetismo decadente de los poetas que se consagran demasiado rápido; Ángel Guinda es un insurrecto constante y metódico; Ángel Guinda es también un resurrecto con una pluma entre los dedos, unos dedos siempre ardorosos ante la proximidad de las palabras y las pieles. Ángel Guinda desgrana los puntos principales de las tareas que exigen la sublevación de las mañanas y las tardes. Los elementos cotidianos de la vida se filtran entre sus versos para alimentar nuestros días. Sus textos destilan imágenes abrasadoras de una existencia compleja y en sus poemas sigue manteniendo la mirada firme frente a la muerte. Guinda, rollingstone de la vida, apátrida de cualquier antología académica, siempre arrastrando un hambre salvaje de momentos y cuerpos. Unos salmos para celebrar esta confusa ceremonia diaria de la supervivencia: Guinda, que has salido del infierno de los decimales y las pruebas fosforescentes con un Ducados entre los dientes, demos gracias a San Leonard Cohen por poder todavía disfrutar de tus palabras y tus abrazos durante mucho tiempo. Nos queda tanto por aprender.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 2 de Diciembre de 2009
Así se habla.
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