Decía el grandísimo Groucho Marx —la única rama del marxismo que la Historia, en su infinita sabiduría, ha tenido a bien conservar—: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. Una perversa modificación de lo anterior se ha escenificado estos últimos días en Cataluña: el bachiller Montilla ha presentado, como si de un equipo “allstar” se tratara, su propio Tribunal Constitucional. Y se ha quedado tan ancho. Togas rancias, muy rancias, el entente del progreso se completa con una mujer —que hay que cumplir el cupo de lo políticamente correcto— y uno del PP —sí, han leído bien, la oposición más babosa de la historia añade un desmérito en la lista que lo terminará llevando a la autodestrucción. El delirio enfebrecido crece mientras en el Constitucional sufren la falta de un pulso firme para votar la resolución del Estatuto, que no les convierte, precisamente, en candidatos para un limpio y efectivo robo de panderetas. Separación de poderes, permítanme que me ría, y bien fuerte además. Abren la Enciclopedia Británica por la letra C y encuentran un mapa de España —con perdón— en la entrada “cachondeo”. Lo importante son los equipos de fútbol regionales, que se acercan ya las navidades y hay que pagarles el veraneo a los internacionales porteños que vuelven a la Madre Patria —otra vez, con perdón. Aunque lo de los partidos navideños me lo reservo para más adelante. Y mientras, en Aragón, seguimos peleando con el catalán arriba, el chapurreaú abajo —sin querer ofender a la gente de la Franja, que bastante tienen con que sus quintos estudien textos de historia apócrifa aderezados con la pimienta del odio nacionalista— para una Ley de Lenguas a la que se le ven las costuras antes incluso de ponerse a la venta. Porque alguien la querrá comprar, imagino.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 26 de Noviembre de 2009
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