¿Dónde se bifurca la vida? En el
límite, en la frontera. Busco mi primera parada: la Ermita de la
Raya; límite entre Castilla y Aragón. En su pila bautismal el
bautizado adquiría la doble condición de castellano y aragonés.
Sigo con el dedo la línea sobre el mapa y como un mirón contemplo
el beso de Aragón con Castilla que entra y sale de ella como un
meandro, como la desembocadura de un océano antiguo, un continente
añejo.
Ermita y castillo de la Raya (Pozuel de Ariza)
La tierra es roja y el aire sabe a polvo en la frontera, como
si todas las vías muertas, de noche y a traición, invocaran a los
antiguos trenes para que levantaran falso testimonio. El único
superviviente va desde Zaragoza hasta Arcos de Jalón. Los pueblos se
cierran sobre los vagones con el hambre antigua de los apeaderos
fantasmas. Vivir en la frontera es buscar el final de los kilómetros,
ver cómo los autobuses de línea desaparecen.
Vía muerta (Pozuel de Ariza)
En Ateca se respira el
cacao y las muchachas guardan en su armario los vestidos de sibilas.
En la frontera todavía hay huellas de la antigua Nacional que
atraviesa los pueblos. Cuentan que los camiones pasaban tan deprisa
por las calles estrellas que a veces arrancaban trozos de los
balcones. La vida en la frontera no espera.
Chocolates Hueso (Ateca)
Conjunto urbano (Ateca)
Desde Ateca en dirección
al pantano de la Tranquera. Los árboles se cierran sobre los lindes
de la carretera y dejamos a la izquierda Carenas; el camino es
estrecho y mareante hasta que se abre a la luz del agua estancada de
la Tranquera. Nuévalos abraza al visitante con cariño y el
Monasterio de Piedra es uno de los lugares telúricos donde se
entrecruzan fe y lo pagano. Seguimos subiendo, los pueblos en la
frontera están siempre cerca de los cauces. Superviviente de la
ribera, Aragón aquí sabe a congrio seco y garbanzos y sonlas manos
secas y ajadas de los que trabajaban la soga y el cereal las que
sobreviven. Miles de girasoles, como testigos mudos, estatuillas sin
ojos que siguen con su mirada imposible al viajero. En Nuévalos hay
un silo en la entrada del pueblo. Alguien ha escrito "sala de
arte" sobre el recuerdo del Servicio Nacional de Trigo. Seguimos
avanzando y dejamos a la derecha el Hotel Las Truchas, cuentan que en
los setenta Peret se dejaba caer por aquí y las juergas todavía se
recuerdan. El vergel de la ribera se extingue mientras subimos y
subimos.
Campillo
Más de mil metros sobre el nivel del mar en la frontera.
Paisaje lunar que anuncia que llegamos a Campillo, el último pueblo
antes de Guadalajara. Campillo es un pueblo de calles estrechas y
empinadas y el calor de su mediodía es solo una tregua que anuncia
la llegada de la noche, siempre hambrienta y heladora. En Campillo
hay dos iglesias y en la más alta cuentan que se guarda una Sábana
Santa, una síndone menor. No se puede distinguir Aragón de
Castilla, ni en el primer paisaje ni en la gente que espera el final,
la entropía de la juventud que desaparece. El único chico del
pueblo cuando baja al instituto de Ateca lo llaman Campillo.
Campillo, el chaval, es el último que queda en el pueblo. No se
puede decir que has vivido Aragón entero si no conoces la frontera.
Uno no sabe si los días aquí son una condena o una bendición.