Rosa
dice que no, dice que no a todos. Rosa dice que no a Rivera, dice que
no a Pablo y al fantasma de Felipe. Rosa dice que no a Federico
Jiménez Losantos. Rosa ya no sonríe.
Muerto
el tertuliano de Garci, prohibido el humo y el whisky y la merca en
la tele pública. Anacleto con acné, Nicolás, Mas y los juegos de
manos bajo la estelada. El chico del twitter que salía en siete
vidas, el pensamiento único de las coletas, el blues del socialismo
que se toca con una guitarra eléctrica de dos euros. Todos llamando
a las puertas de un cashconverter a comprar con dinero prestado,
nadie dice nada.
Hijos
de la miseria que se apresuran a vender la Moncloa saldada y llaman
elecciones a una subasta trucada que solo ofrece plusvalía a los
corruptos.
¿Ey
man, cuál es mi cámara? ¿Este es mi plato?
Ellos,
con sus dientes afilados, sus gafas modelo Díaz Miguel y sus
proclamas sacadas de la Bruja Avería, pancarteros, aspirantes a
caciques enfangados en la absenta barata de la superioridad, líderes
futuros que solo leen resúmenes de otros, papel mojado, ¿y la
europea? La europea tu puta madre.
Mi
vida dentro de la habitación del pánico, Babilonia, Ateca, en la
autovía hay pintadas de Jesucristo en la vereda,
cada
día, cada día que paso espero que los ojos de glaucoma de la niebla
se alimenten de mi cuerpo interino. Mamá no tengo cobertura en la
habitación del pánico.
Cuando
Lola Flores se despertó de la anestesia, Peret llevaba un millón de
años muertos y Antonio Machín sigue cantando a los angelitos
muertos que no dejamos marchar. Cuando Lola se despertó dijo: ¿Por
qué me habéis traído de vuelta? En mi sueño estaba en el bingo.
Joaquín va a la gasolinera de Alfaro en Albacete. Tienen comida
china y subfusiles, dinero y gasoil. Cuchillos que marcan el final de
España.
Cuando
iba a disparar sobre la bestia me di cuenta de que no era más que un
profesor vigilando el recreo. Miraba a los alumnos, quería
arrancarles el pitillo de la boca y darle una buena calada. Quitarme
el plumífero y prenderle fuego. Quería meter la mano en el bolsillo
de los pantalones y notar cómo se me ponía dura el alma. Ver cómo
un charanguito se folla a la novia de De Juana. En Venezuela. Mamita,
en Venezuela se cogen a las chicas de los etarras, se las cogen por
detrás. Yo quería despirar y no me quedaban balas, quería que
alguien me arrancara la responsabilidad por las bestias de mañana.
Los veo en el patio, corriendo, puestos de coca cola y energy y su
hambre ya no es el mío. No es mi problema, ya estaba así cuando
llegué.
No es
ningún capricho, hemos perdido la guerra cuando ya no había más
guerras que perder. Quemábamos los puentes antes de llegar, te
esperé en el apeadero de Purroy, la luz era tan débil como el
aliento de una luna que se muere. Te esperé hasta que no hubo más
trenes y las plantas crecieron e invadieron la casa del hombre que
movía las agujas. Te esperé alimentándome de insectos que se
alimentaban de mí. Mi corazón desentrenado no puede amar con
salvajismo y dejé mi vida tan atrás que ya no recuerdo el nombre
del hombre que quería ser, esa es la verdad. La verdad que no
querrás escuchar, como esa sangre no es mía, deja que te limpie.
En la
frontera de Melilla hay carteles que avisan del peligro de las
mujeres de uniforme ensañando el Corán a los transeúntes. Es
hermoso que alguien todavía espere algo del cielo. Todos los huecos
milenarios entre las nubes escriben el nombre de mi madre y
falsifican Guardias Civiles al otro lado. La pirámide con barbas en
los techos es la guía para la avioneta que devuelve a mis padres a
la península casi cuarenta años, no me moví, estuve esperándolos,
nadie me dijo cómo parar.
España,
si soy nadie, por qué escucho tu voz pidiéndome ayudar. En
Lanzarote, llega la sed y las alimañas nos arrastramos bajo la
ceniza para morder las uvas agotadas, en Palma encuentro a Ray Loriga
abrazado a un millón de latas de cerveza. El recuerdo es un arma que
se atasca con demasiada frecuencia. En León todavía hay caballitos
de mar en fondo de los vasos de ginebra y en Vigo esperan que la
Santa Compaña los devuelva a Germán Coppini.
Todos
somos actores en esta pesadilla de Fernando Arrabal: en la piscina de
una pasión de Pedralbes flota el cadáver de España y todos quieren
apuntarse el tanto. Vamos, Pau, vamos.