El día
que murió el tío Toni yo rendía pleitesía a la memoria de Jacques
Brel recorriendo las calles de Bruselas. El tío Toni siempre llevaba
gafas oscuras y un elegante pañuelo se asomaba de su traje color
claro. El tío Toni haciendo palmas en Cannes a finales de los
sesenta. Me gusta la rumba porque tiene algo de incendio analógico.
El tío Toni era palmero de Peret. Del Peret de antes de la Olimpiada
y el peluquín, del Peret de antes de la Iglesia evangélica de
Filadelfia (hasta para eso tienen groove). Del Peret anterior a todo,
hasta el independentismo. Mi amigo Miqui, que de Cataluña lo sabe
todo, lleva años diciéndome que la culpa de todo la tenía Pujol.
Pujol y sus autopistas, Pujol y sus mordidas, el Pujol mesiánico que
aparecía en un concierto de Los Chunguitos para captar el voto
charnego en los noventa. Me imagino a William Burroughs y a
Paul Bowles intoxicándose de majoun en Tánger a la vez que
el padre de Jordi Pujol se dedicaba al estraperlo con cajas de
zapatos llenas de billetes usados. Un visionario sin pelos en la
lengua, mi amigo Miqui. Estaba en Bruselas y venía de Lieja. De
Valonia a Flandes en menos de una hora de tren. Si tuviéramos más
líneas de cercanías no haría falta vertebrar el territorio. Me
había comprado una biografía de Eddy Merckx en una librería de
segunda mano. La biografía de Merckx terminaba en el año 1967. La
biografía de un ciclista prometedor. Solamente eso. Antes de Ocaña.
Ocaña quiso ser español y no le dejaron. Merckx, de origen
flamenco, se casó joven e hizo sus votos en francés. Eso no le
gustó a todo el mundo.
Jacques Brel, que era belga en Francia (como
Picasso y como Ocaña, otra vez Ocaña) cantaba en una de sus
canciones: Vive la république/Vive les Belgiens/Merde pour les
flamingants. Se me ocurren varias maneras de traducirlo, pero
estoy seguro de que ninguna os iba a gustar. Cuando llegábamos al
aeropuerto de Zaragoza el cielo estaba despejado y desde arriba la
ciudad parecía la maqueta de un Dios caprichoso que en su próximo
cumpleaños va pedir una nueva línea de metro como regalo. Al bajar
las escaleras del avión quise hacer un poco el payaso y casi me
caigo haciendo el amago de besar el suelo de la pista. Debía estar
mareado por la presión variante del vuelo. Está claro que hay que
andarse con cuidado antes de realizar manifestaciones de cariño
hacia la tierra de uno.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 12 de agosto de 2014