Una noche, después de una actuación patética en un pueblo de la costa Dorada, mis amigos se hicieron unas caricaturas en un puesto frente al Club Náutico, con uno de esos pintores portátiles que tienen un caballete, una silla y un par de cientos de retratos ridículos de famosos. Eran unos cuadros horribles, todo distorsión y estimulación externa, pero a ellos les hacía mucha gracia, sobre todo los que habían esperado para hacérselo a que acabara con los primeros, cuando el aneurisma del pintor y los modelos tenía el tamaño de un melón. Los problemas de verdad comenzaron cuando, con el tiempo, sus rostros comenzaron a parecerse permanentemente a las caricaturas. ( “ me gustaría mucho conocer/ el efecto abrasivo del tiempo en otras vísceras / comprobar si el pasado impregna los tejidos del mismo zumo acre” Ángel González)
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