viernes, 2 de noviembre de 2012

Jalogüín

Le comentaba el otro día un amigo de mi edad: ¿te acuerdas cuando nos disfrazábamos de fantasmas e íbamos de casa en casa a pedir caramelos y decir eso de “truco o trato”? ¿No? Yo tampoco. No soy uno de esos que se encastilla frente a la influencia anglosajona, hace años que abandoné el pantalón de pinzas por los vaqueros y si no acudo a un restaurante de algún franquiciado de comida rápida es sobre todo por una cuestión de acidez endémica. Es más, me hubiera encantado vestirme como el cantante de Bauhaus y acudir a alguna de esas míticas fiestas de Halloween que se montaban a mediados de los ochenta en la sala M-Tro de Zaragoza con bandas como Los Muertos o los Días de Pearly Spencer. Pero creo que un frente común contra este animismo de serie B, caramelos de marca blanca y máscaras de plástico barato podría unir a las dos facciones de esta España agrietada: los que coreaban el “Yankeesgohome” y los de la mantilla y la peineta. Pero parece imposible, y seguimos sometidos a esta pantomima de calabazas, brujas y vestidos de esqueleto. No sé si en el corazón “progre” pesa más la urticaria que provocan las celebraciones católicas que la resistencia frente a la invasiva cultura norteamericana. Pocas manifestaciones de folklore y tradición hay más emocionantes que recordar a los que se han marchado, así que yo digo sí a a las calderas de Pedro Botero, a las Leyendas de Bécquer, a las historias de ánimas frente al hogar, a las botellas de agua caliente bajo las mantas. Di sí a la luz del candil de aceite amenazado por el viento frío del norte, di sí al viejo vinilo de Golpes Bajos desde el que se eleva la voz lúgubre de Germán Coppini para cantar aquello de: “Sigo la procesión/con un hacha de cera/soy una parte de ellos/que aterroriza la aldea”. 

Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 1 de noviembre de 2012