Una vez más, el mundo se tambalea. La noticia recorre todos los informativos del mundo, las cadenas de televisión, públicas y privadas- la magnitud del acontecimiento no distingue entre ideologías y financiaciones- interrumpen la programación para transmitir el terrible suceso: el Rey del pop ha muerto. En un país en el que casi resulta imposible encontrar una persona menor de treinta que sea capaz de distinguir entre Austrias y Borbones nos vemos empujados al lloriqueo masivo por una pérdida tan monárquica. Desde Madrid hasta Pekín, enmascarando la mediocridad con un panteón postmoderno en el que caben por igual princesas de medio pelo, rockeros metamorfoseados en zombis tambaleantes por su adición a los narcóticos o prometedores futbolistas arrastrados por la estadística terrible de la mecánica humana, todos construimos altares que alivien nuestra necesidad de deidades. Nos regocijamos en sus escándalos mientras aspiramos la una vida suntuosa propia de una decadente cortesana, encendemos velas frente a las estampas paganas e insustanciales e inventamos recuerdos imprescindibles ligeramente relacionados con el caído. Hace unos años, cuando el abismo aún no había devorado completamente a Jacko, el músico y periodista Sergio Makaroff le propuso en una columna de la desaparecida revista musical EFE EME que se olvidara de ranchos y de púberes y que se encerrara en un estudio con unos cuantos buenos músicos de soul para grabar unas cuantas canciones. Sólo eso. Canciones que nos hicieran la vida más fácil. Hoy consumimos Michael Jackson, no me atrevo a señalar al próximo, soy un poco cenizo. En estos tiempos tan complicados para los amantes de ídolos caídos no puedo dejar de pensar en el pobre Luixy Toledo, con los documentos acreditando el plagio de su ignorado “Maleficio”, copiado nota a nota por el joven Jackson para el exitoso “Thriller”. ¿Qué será ahora de Luixy?
Columna publicada en el Heraldo de Aragón del 1 de Julio de 2009