domingo, 13 de mayo de 2012

Descenso de categoría

Aún a riesgo de recibir más silbidos que la diputada argentina que se mostró contraria a la nacionalización de IPF en el congreso argentino esta semana toca ser cenizo, previsible y con un punto demagógico: no me importa que el Zaragoza descienda. En realidad una semilla de culpable malicia dentro de mí me hace desear su descenso. Estoy harto de este país narcotizado por el balón, de sus medios de comunicación para los que somos ocas que engullen partidos y de sus políticos, deseosos del pichichi en populismo, siempre dispuestos al salvamento de última hora. Salgo del instituto y adolescentes engorilados, con el bachillerato recientemente abandonado, agitan banderas zaragocistas con una devoción casi mística. Un jugador del Granada, cortado por el patrón cani de los que se arrinconan en nuestras aulas, lanza una botella al árbitro. Lo peor es que igual mi admirado J. de Los Planetas le dedica una canción. Leo la contra de este Heraldo, periódico de mis amores, y ya no sé si hay algo más sobre la faz de los Monegros que no sea el Zaragoza, enciendo la cadena autonómica y los miércoles, todos los miércoles del año, retransmiten partidos absurdos, de millonarios repantingados en esta carrera por la idolatría que se mide en goles marcados. El país que ha cambiado para seguir igual agita la savia del dinero público para el reflote de las cajas chapuceras. Indignado, no como los acampados del diábolo que vuelven como una moda pasada, como un revival de tienda de campaña Decathlon; no, indignado por esta broma cíclica y pesada. Pienso en Luis, en Pepe, en mi querido Félix desde un cielo sin crucifijos, hablaréis de emoción y de sentimientos, yo hablo de pragmatismo e indiferencia, yo hablo de un país desbocado en la cuesta abajo que tiene a los dos mejores equipos del mundo, a todos los equipos del mundo. Que alguien me diga qué importa en qué categoría juegue el Zaragoza.


Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 10 de mayo de 2012