lunes, 31 de octubre de 2011

En paralelo

Las vejaciones y la posterior ejecución de Gadafi a manos de los rebeldes libios ha sido la triste guinda de una revuelta donde ha sobrado la sangre y, como siempre, los buenos propósitos han sido apartados. Cuando comenzaron las protestas en los países del Magreb, incendiadas a través de la mecha de las redes sociales, la opinión pública mundial estalló en júbilo. Sátrapas temblando ante la pérdida de un poder casi centenario, muchedumbres alborotadas jugándose la vida frente a los tanques y la palabra que más nos llena la boca a los occidentales:libertad. Al club de los agoreros, del cual hace años que soy miembro activo, se nos recriminó por los “peros” ante la situación de efervescencia democrática. De una dictadura a una teocracia hay poco más que unas líneas en el diccionario de ciencias políticas, de los liberadores del norte de África a los guerrilleros de Sierra Madre ni siquiera unos cuantos pelos en la barba. El fanatismo que germina en las muchedumbres siempre ha sido el mayor enemigo del pensamiento individual, el único que puede realmente cambiar el mundo y convertirlo en algo digno de ser habitado. Si seguimos con los paralelismos de las líneas anteriores, uno se sorprende frente a la emoción suscitada por la declaración de ETA. Acogotados económicamente, acorralados por las fuerzas de seguridad españolas, unos cuantos malnacidos deciden rendirse, sin desarme ni perdón, todo sonrisas entre los políticos del país. Las masas estallan en celebraciones e incluso se aventura la posibilidad de que el preso Otegui sea el próximo presidente del Gobierno vasco. Si cambiar a un político como Patxi López por un tipo que sigue creyendo en el socialismo más caduco es la solución que nos traerá el oxígeno y la concordia vamos finos, la verdad. Aparte de su afición por las pistolas.


Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 27 de octubre de 2011