viernes, 18 de septiembre de 2009

Crónica del concierto de Cohen para Tgusta

La crónica original en Tgusta está aquí

Con una puntualidad digna de un extraño miembro de la Commonwealth y bajo una lluvia de aplausos apareció Leonard Cohen en el escenario del Príncipe Felipe. El mito, el judío errante, el hombre que nos entregó los salmos para que cambiáramos el mundo. Empezó, como no podía ser de otro modo, con Dance me to the end of the love, con unos elegantes violines sintéticos adornando sus palabras, casi se podía escuchar cómo crujía la luz mientras pronunciaba “burning violins”. Javier Mas, a la bandurria, amasaba el mediterráneo y nos abría el camino hacia The Future, el Apocalipsis incontenido, Cohen dando versos a la postmodernidad (antes de que existiera ese término), el bajo trepidando el ritmo adecuado para un maestro que conoce el significado del futuro antes de que ocurra. Con Ain´t no cure for love volvimos al año 88, un saxo ochentero abría camino para la enésima reflexión sobre el amor. Acertadas, como todas las de Cohen. Los temas del poeta sufren continuas mutaciones y revisiones, pero la suya siempre es la mejor opción, lo demostró con Bird on the wire, arrastrando su garganta de lija sobre la estrecha línea que separa el pánico de la belleza. El canadiense juega con los dados marcados, él lo sabe y administra sus éxitos sin mesura a lo largo de las tres horas largas de concierto. Así enganchó Everybody knows con un delicioso tema de su penúltimo disco (yo, como coheniano confeso, sigo defendiendo Ten New Songs como un LP magnífico), In my secret life, una canción que habla de la contemplación de la vida, cómo contenerse ante la pasión absoluta por las hermosas sombras que la atraviesan. Cuando Javier Mas volvió a templar las cuerdas con la destreza de un alfarero de los sueños, el pabellón se estremeció, se encendieron las velas minúsculas que uno alberga en el alma y entonces Cohen empezó Who by fire?, discreto, miniaturista, guitarra en mano, perlado del sudor de los días. Nadie conoce una forma buena de decir adiós a la persona querida, quizá lo más cercano que existe es That´s no way to say goodbye, el tema siguiente, los salmos de la ternura sensible, el solo de armónica como una fiebre leve sobre nosotros. Cohen cantó Lover lover lover a las tropas de Israel durante la Guerra del Yom Kipur, cantó Lover lover lover el martes porque esa canción sólo habla de padres e hijos, de vida y muerte, de amor y destino. No la había tocado en Madrid, no la lleva de repertorio, pero parece que sabía que era la favorita de un amigo que no pudo estar en el concierto (la tuya, Sergio, sí, la tuya). Y otra sorpresa a continuación, Cohen también tiene un punto macarra y lo demostró con Waiting for the miracle, todo sintes, electricidad y desafío. La primera parte terminó con Anthem.

Tres coristas, un teclado de juguete tocado con dos dedos y una levísima caja de ritmo afinada por el cansado corazón del cantante es suficiente para conferir el status de obra de arte a una tonada. Eso es Tower of song, la canción que los ángeles te susurran al oído para evitar que una mujer te mate para siempre. Sisters of Mercy, las hermana de la misericordia, otro clásico de las cintas de cassette en la España de finales de los setenta, cuando todos buscábamos nuevas pieles para las viejas ceremonias. Suzanne, su primer tema, el que habla de una mujer junto al río y del tiempo que todos deberíamos cada día a admirar la belleza. La mujer gitana, el diluvio de besos, la bandurria de Mas al principio de la boda, el bajo religioso, el caballo de miel y rabia, ¿dónde, dónde está ella esta noche? Cuando Cohen empezó a entonar El Partizano todos nos dimos cuenta de que la cosa iba en serio, muy en serio, una tonada tradicional, heredada de los miembros de la resistencia yugoslava durante la Segunda Guerra Mundial, con unos escalofriantes versos finales en francés. Continuaron con un prescindible Boogie Street en la voz de Sharon Robinson (corista de confianza y compositora junto a Cohen de muchos de sus últimos temas). Y llegó el Aleluya. Me da igual Rufus, Jeff o John, no me desagradaba Morente o Fernando Alfaro, me encanta cuando lo hace Luis Cebrián, pero Aleluya es una canción de Cohen, la demostración más clara de que a veces, para amar de verdad, tiene que tocar, tiene que quedarse desnudo bajo la luz de luna, atado, sin miedo... y el Aleluya es el éxtasis. Además, si te pierdes, Cohen te dice qué cuerda has de tocar. Me encaminé a por un poco de Juanito el caminante (y después, en Closing time, Cohen me dio la razón) a la barra, estaba sonando I´m your man y yo caminaba seguro, siguiendo su ritmo, como Nanni Moretti en Caro Diario. Siempre dudo con qué canción me gustaría que me enterraran, nunca elijo una con el secreto deseo de no morir nunca, pero sí cuál será la canción del primer baile de mi boda: Take this waltz. Los versos de Lorca se deslizan como el último vals en una Europa que se desmorona.

Aunque por aquel entonces yo había abandonado mi privilegiado lugar en la platea para bailar en la parte de arriba del pabellón cuando Cohen volvió al escenario y dio forma a los acordes de Son long, Marianne me lancé escaleras abajo para colocarme entre los devotos que no soportaban la lejanía del amago de profeta que nos acompañaba. Y no era el final, el final llegará cuando Cohen conquiste Berlín y les devuelva de una vez el mundo a los poetas. Pero primero habrá que tomar Manhattan, claro. ¿Queréis más? claro, maestro. Esta canción habla de la carta que le escribí a un hombre agradeciéndole que cuidara a mi mujer mucho mejor de lo que yo nunca había sido capaz. Se llama Famous blue raincoat. Cuando uno tiene a los ángeles de su parte todo es mucho más sencillo, Cohen lo demostró recitando los versos de If It will be you y dejando que ellas descendieran desde el cielo y arpa y acústica en mano, sacudieran los recintos del pabellón con sus frágiles voces doradas. Era el tiempo del final, del Closing time. Era tiempo de verle marchar, bailando, intentando dejarnos atrás. Por eso presentó a la banda con I tried to leave you. Elegante, preciso, mesiánico en un tiempo de ateos. Se quitó el sombrero y nos dijo: Que Dios os bendiga. Eso es valiente, eso es sincero, él era Leonard Cohen, seguirá viviendo en nuestros sueños.

De Arenys a Sant Boi

Para empezar una buena ración de tópico, pero es que al ver en primera fila de la “mani”, a Laporta, brazo en alto —que no puño, puesto que a presidente del Club no se llega sucumbiendo a veleidades cerca de las bases—, cubierto del confeti multitudinario, no puedo dejar de pensar en el Barcelona jugando con aquel Sabadell que llegó a primera a finales de los ochenta, dejando una plaza libre en la Liga de Campeones, un Barcelona tratando de sacar las cuentas de la mediocridad. Durante muchos años la única prohibición expresa para hablar el catalán surgía de los anarquistas catalanes de base, que no permitían que sus hijos hablasen el idioma de la burguesía elitista de la región, capaz de abanicar los deseos de Franco sin rubor mientras preparaban su abrazo final de las nuevas fronteras. Llegó Tarradellas y dijo “Ciudadanos de Cataluña” y nadie silbó. “Este año se oían más abucheos en castellano que en catalán” asegura sin atisbo de rubor Duran Lleida. La Diada mutó por un día desde la ofrenda cuasireligiosa a los símbolos de la nación, llena de flores perversas de las que alimentan el odio y la exclusión, a la perfecta alegoría de la ineficacia administrativa y el encastillamiento del delirio. Cuentan que la gente del PP este año se despertó a las cuatro de la mañana para tener todo el tema terminado antes de las seis. Ni un café se pudieron tomar después, que estaba todo cerrado. Decía el gran Obi Wan Kenobi: “¿Quién es más loco, el loco o el loco que sigue al loco?”. No tengo ni idea, así que haré un referéndum a ver qué opinan; tengo todos los votos marcados. ¿Y si lo convocamos en Sant Boi —el pueblo de los Gasol— un día de gloria de la Selección de basket? No te pases, que igual nos llevamos un susto.
Columna publicada en el Heraldo del 16 de Septiembre de 2009