jueves, 11 de agosto de 2011

Y tú me lo preguntas: andanzas de un treintañero en verano





He estado fuera de la ciudad unos cuantos días, desde la incursión en el Low Cost hasta Ateca, pasando por Amsterdam. En la capital holandesa, como no podía ser de otra manera, me hice con una buena colección de singles de vinilo que, si todo va bien, estrenaré, junto a otros más, el 30 de septiembre en una sesión de vinilos+EP´s (only analógico) en el Poeta Eléctrico. También recobré una vieja pasión: la literatura de ciencia ficción. La magia de Orson Scott Card, que ya me había infectado en "El juego de Ender" volvió de nuevo con "La voz de los muertos", una magnífica segunda parte donde la religión, las múltiples opciones que supondría el contacto con razas inteligentes extraterrestres y la lentitud de la auténtica sci-fi con base científica. Muy recomendable. El pequeño trufero que llevo dentro se encontró una pequeña joya en la tienda de libros de segunda mano que hay al lado de la Plaza San Francisco: una de esas antologías que publicó Bruguera en los años ochenta. Auténtico oro negro y cibernético. En el Aeropuerto de Madrid, con la ansiedad del adicto (hacía días que se me había terminado toda la lectura en Holanda) me compré un libro de relatos de Scott Card (el armadillo lo eligió frente a una novela de Asimov), "La gente del margen". Cuentos postapocalípticos en la onda de La Torre Oscura de Stephen King, delicados, leves, sin excesos galácticos ni mutaciones extrañas. Y al llegar a casa me encuentro con que Random House-Mondadori habían sido tan amables como para mandarme Mil Violines de Kiko Amat. Un libro que se lee con una sonrisa en la boca, mientras te imaginas el final de los ochenta en Sant Boi, Morrissey y una de las mejores frases de la historia de la literatura pop: "Las cosas nunca son iguales después de hacerse ENTERO el "Todo a tres euros" del holandés que viene todos los años para la feria del disco de Barcelona". Leí El País, El Mundo, El Heraldo, enteros, recobrando el placer de la prensa diaria (tanto que me puse las pilas y volví a enhebrar una columna cómplice en el Heraldo) y lamentando no haber escrito más estas semanas (no me pidieron ningún cuento de verano, con la ilusión que me haría eso a mí). Hemos seguido visitando a Miqui Puig en su Bodega Tuyus todos los jueves con puntualidad británica, como punk-rockers enamorados fanáticos de Sergio Algora, Pecker y el reggae (uno nunca se cansa de escuchar Israelites de Desmond Dekker and the Aces). Más buenas noticias en forma de paquete de correos: el nuevo número de Vinalia Trippers. Esta vez cuentos de terror desde la tumba. Irá a la Bodega Tuyus la próxima semana.

Fuimos a los Renoir. Mucho tiempo sin ver cine y a pesar de que Farewell era mi tercera opción (ya sabéis, frente al Origen del Planeta de los Simios o una historia con Ricardo Darín de protagonista, en realidad son dos historias cíclicas, más de lo mismo) la disfrutamos. Cine analógico, cintas de cassette, el Osito Misha, los coches soviéticos, un inmenso Kusturica (con ese carisma que tienen Allen o Truffaut cuando se ponen delante de las cámaras) para demostrar cómo los cambios grandes comienzan con pequeñas cosas. Quizá sobraba la presencia de los sosías de Reagan y Mitterrand o las tópicas escenas de tortura del KGB, pero es una película excelente.

Por cierto, Falling Skies ha llegado al final de su primera temporada con un bajón tanto en argumento como espectacularidad. Se entiende que el presupuesto no da para demasiados monstruos, pero les ha atrapado el "Síndrome Lost": episodios enteros yendo de un lado para otro como pollos descabezados. Y de Torchwood no digo nada, porque es que me da hasta pereza ver los capítulos. ¿Qué han hecho contigo Jack Harness?


Algunos pequeños placeres, ¿no?

Mil violines

Comienzo de Agosto en Ateca, piscina y bicicleta, como si uno tuviera veinte años y realmente creyera en el futuro del mundo. Leo “Mil Violines”, el último libro de Kiko Amat y me despojo de prejuicios: creo en el pop como mecanismo de salvación. Kiko Amat es fanzinero, coleccionista de vinilos y presume de llevar la ropa sin demasiadas arrugas. Yo le creo. Más que en el juego de espejos de las bolsas, saturando incómodamente la semana de números y porcentajes. Las canciones como metáfora del recuerdo instantáneo (sería contraproducente incluir aquí a magdalena de Proust), como también lo son las carreras ciclistas, el calor acumulado en el coche cuando vuelves de la piscina o la sensación de pesadez tras una comida excesivamente copiosa. Vuelvo a Kiko Amat, estirpe de los amantes del objeto, de la emoción de lo analógico, que elevan las cintas de cassette paternas a auténticos pilares de la educación emocional. Creo en el tecnopop, en el yeyé y el tropicalismo, no creo en la furia acumulada en los salones, en el fuego saliendo de las vidrieras ni en la portada del Marca. Creo en los botines relucientes, las manoseadas novelas de Orson Scott Card, abandonar la cuenta de Twiter unos días, escuchar la radio solo al punto de la mañana y antes de dormir. Leo a Kiko Amat, catalán de Sant Boi y anglófilo como sólo lo pueden ser los “angrymen” patrios de finales de los ochenta, y habla de Los Negativos y The Jam, del pop en su acepción popular (no chabacana, popular) y entonces, tratando de no mojar con agua clorada el periódico, en las noticias hablan de Brixton y claro, revuelvo entre las cintas y pongo London Calling de los Clash, llego a “Guns of Brixton” y el círculo se cierra. Muertos de hambre robando televisores de lujo y policías de gatillo fácil. Es complicado montar la revolución si no hay un enemigo claro. Todo lo anterior, claro, por no hablar de la visita del Papa.


Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 11 de agosto de 2011