jueves, 14 de abril de 2011

La ciudad del futuro

Con el descorchado del tranvía, la ciudad ha entrado en un huracán participativo propio del reparto de bollo reseco y chocolate en la festividad de San Valero. Los voluntarios se afanan en mecanizar el procedimiento de paso de la tarjeta, encontrando de nuevo, después del “affaire Expo”, su lugar en el mundo. A uno, que ha comprobado que el tiempo de desplazamiento desde la Plaza San Francisco hasta el centro se ha triplicado con el advenimiento de la magna obra, le cuesta ponderar objetivamente el potencial renovador del invento. Asumo que tendrá algo de progresista y sostenible, pero si hay algo que define la verdadera modernidad maña, es sin duda la panadería veinticuatro horas. Alimento de noctámbulos, semillero de futuros proyectos de esos que harán cristalizar la ciudad como capital cultural mundial (quizá incluso universal) en alguno de los lustros futuros, sus puertas abiertas toda la noche serán, sin duda germen de algún poema de Manuel Vilas que sustituya del imaginario colectivo la mutilada oda al McDonalds de Plaza España. Con sus dependientes eslavos apurando en su puerta cigarrillos de madrugada, acompañados fugazmente por sus novias -que hacen una visita para dispensar algún beso rápido que haga más soportable el desfilar de vampiros estimulados por bebidas espirituosas- , sus pizzas de campaña recién hechas, incluso, si uno apura, alguna lata de cerveza más o menos fría, se nos presenta como el nuevo hito de la postmodernidad urbana. A la altura de esos míticos “drugstore” de la movida que aparecen en las canciones de los Burning, como las cafeterías de los cuadros de Edward Hooper, Zaragoza tiene por fin un espacio donde refugiarse de la lluvia pesada (o de los terremotos, que después del temblor de la semana pasada uno ya no sabe qué pensar) que está a punto de caernos encima.


Columna aparecida en el Heraldo de Aragón de 14 de abril de 2011

Reseña de Los días desierto de Abraham Boba (Limbostarr 2011)







Soy y seré fan siempre de Abraham Boba, canciones como “Las hermanas Sánchez” o “Hagamos algo antes de morir” han sido parte de mis días durante mucho tiempo. También la historia de la chica que envolvía regalos en hojas de El País o el desierto que separaba un amor del Amor con mayúsculas. Así que esperaba con ansiedad (la misma que le dedico a Leonard Cohen o Fito Páez) la nueva entrega del pianista más elegante de España. Por fin llega a mis manos en vinilo (y cd de regalo dentro) de Los Días Desierto, la tercera entrega de Abraham Boba. Y escucho, recapacito, vuelvo a escuchar y incluso comparo mitologías con otro seguidor de Boba, como es el pintor Luis Díez. Ambos coincidimos que el disco sorprende y exige. Madurado a través de los meses y grabado en el tiempo que Boba ha tenido libre (recordemos que su teclado y acordeón han dado brillo a las últimas grabaciones y giras de Nacho Vegas o Julio de la Rosa), Los días desierto se ha grabado en Zaragoza, en los estudios El Cariño y cuenta entre el plantel de músicos con el aragonés Eduardo Baos (miembro de la mítica banda El Polaco y actualmente bajista de Tachenko), además de con el batería Pablo Magariños, ya habitual en las grabaciones de Boba y Álvaro Segovia en guitarras. Basura madura abre el LP, un tema árido, del blanco que trae el olvido, abiertamente urbano, pero que juega con la lírica de la habitación cerrada y que sirve como declaración de intenciones para el disco, el siguiente tema Podría haber sido peor, crece con los coros (de lo mejor del disco, los distintos juegos vocales tras los que encontramos a Ana Galletero o Raúl Pastor), la soledad en la contemplación de los recuerdos. Cosas que duelen es el primer gran corte del disco, juegos semánticos efectivos a base de arreglos de vodevil y Fin de año tiene uno de esos versos matadores “Llevo un año ganando tiempo para perderlo”, con coros y palmas alimenticios. El cierre de la cara A llega con El hombre perdido, una estampa de bolero, levísima que crece con el carisma literario de Boba y la belleza acústica que amalgama teclas, batería y voces. La cara b se abre con Como en Hollywood, un guiño cómplice a los mitos, a los lugares imposibles, al material del que están hechos los sueños, piano bar a la manera de Aznavour, perezoso y noctámbulo, sube el nivel lúdico con Algunas verdades domésticas, casi una miniatura pop en las manos sabias de la banda. La canción cumbre del disco es sin duda Así se vive aquí, donde la capacidad narrativa de Abraham Boba es tan sugerente que uno lo coloca a la altura de los grandes (de los que hemos nombrado al principio, pero también del secreto tanguero noise de Moretti y sus Estelares o cuando Luis Alberto de Cuenca se hace letrista). Cuando el instrumental Los días desierto parece puntear el final, la capacidad épica de Boba vuelve a repuntar en una canción de esas que son tan emocionantes que duelen, Otra canción de amor, trepidante alegato al amor oscuro de brillante resolución.

Un disco nada complaciente, un disco que confirma la realidad privada de uno de los mejores compositores de canciones que hay ahora mismo en España. De nuevo, gracias, sinceramente, señor Boba.

Nuevo videoclip de Copiloto