domingo, 14 de noviembre de 2010

No temáis por mí de Hendrik Rover (Guitar Town Recordings, 2010)


Hendrik Rover con este “No temáis por mí” nos demuestra que juega en la liga del Lapido más americano, escarbando el corazón de un camino donde suenan canciones que hablan de espacios abiertos, de carreteras amplias donde uno encuentra cobijo contra la tormenta, canciones donde los violines vuelan libres y las cuerdas de la guitarra acústica son el último enganche con un mundo que se desmorona. Hendrik Rover recoge la tradición española de los que usaron a los fuera de la ley como referencia, de los que se miran en el espejo esperando ver a Kriss Kristofferson en su reflejo, me recuerdan a ese hermoso misterio que fueron Dos Lunas, incluso el Loquillo de “Mientras respiremos”, aquel en el que Gabriel Sopeña aportaba corazón y palabras. Un disco crepuscular, construido a base de confesiones de motel, de estrellas pintadas en el techo de la habitación, del perezoso narcótico que es la luz del atardecer entrando a través de una ventana que sólo es tuya ese día. Un ejercicio de estilo elegante que alcanza el sobresaliente por unos textos cuidados, de esos que dotan de personalidad las tonadas, evitando la fotocopia. De lo mejor de este año, la verdad.

Hendrik Rover estará tocando el próximo sábado 20 de noviembre en la Ley seca de Zaragoza.

Vuelven los Summers de los Summers (Clifford Records, 2010)



Imaginería clásica del género (si quieres otra cosa, ¿qué haces abriendo este vinilo, chaval?), máscaras de El Santo, olas y sangría, Vuelven los Summers para convertir noviembre en el nuevo verano, el surf de los Vegetales, la inmediatez como modus operandi, más originales que el revival anglo de Mujeres, a través de las sagradas escrituras (con el sello Lee/Kirby, claro) de los Ramones, Nikis o Los Saicos, estas píldoras de dos minutos anfetamínicos de Los Summers, juegan en los coros de Todas las noches que no vas a bailar con el yeyé español de los Albas o los Kifers con las revoluciones subidas (nunca pitufas demasiado tu vida, cualquier amante del “pinch” te lo dirá), amagan el tributo a los Teen Tops a través del Despeinada del Palito Ortega (cuando era un joven de pelo largo, antes de hacerse gobernador y cuidar de Charly García), no paran con La casa en la playa, recuperando el inmenso “Seré luchador mexicano por ti”, baladón de escenario, para terminar de encender las hogueras en la playa. Pensaba escribir esta reseña sin un solo punto, pero me falta el aliento y ando escaso de bencedrina, me toca visitar escaparates, escapar del invierno, buscar un carnicero con un pack de cervezas, caer enamorado hasta que la baba me caiga, esperar en la esquina de tu calle, a ver si te pillo volviendo de donde vas todos los martes, escribir poemas malísimos cuando tú eres malísima conmigo y acabar resumiendo dieciséis canciones en una proclama, que por universal y repetida, no falla nunca: “Quiero estar contigo”. Nos vemos a la orilla del río, aquí no tenemos playa y el verano tiene otro color.

La herida universal de Julio de la Rosa (Ernie producciones-King of Patio, 2010)



Hablar de la grandeza de Julio de la Rosa a estas alturas parece un ejercicio de simpleza emocional, pero, como todas las cosas evidentes a veces es mejor repetirlo por si la memoria de pez de esta sociedad revenida ejerce su presión. El Julio festivo, envilecido por ese vino tinto que te enciende los ojos en las tabernas, el Julio de El espectador, ha vuelto a las cavernas, al garito, no como depredador, más bien como observador de la fauna: De la Rosa plantea un LP cerrado, con el comienzo de Uno, levísimo compendio de ternura que nos obliga a abrir las persianas con Tan amigos, uno de esos temas que, una vez inoculado, crece dentro de ti, hasta ser parte de tus venas. Las camareras, con su ritmo simplista y sus ecos al Battiato más lúdico, nos emociona como una declaración definitiva (hasta la próxima) de intenciones, Entresemana, la crónica del desencuentro vital de una urbe, del amor como un pasivo arrinconado en la contabilidad de la vida, El temporal es una miniatura perezosa de té frío y reflexión, La Fecha en la tapa, como un rumbita mutante, el juego ibérico del danone y el cacaolat, con la verbena indie saliendo de los dedos de Abraham Boba. Volvemos a la crónica canalla que va del martes al jueves, todos saben que salir el fin de semana es de horteras, vamos a ver quién puede hacerse más daño de una sola vez, Hasta que te hartes. Sustentado por un órgano preciso y con una voz reventada en luz de media tarde, Julio elige como single, Sexy, sexy, sexy, la sutileza de lo evidente. No me mires con los ojos es una miniatura poética con violines de aguardiente y susurros de terciopelo. El traje nos trae el remedo más costero de De la Rosa, el que compone frente al mar con una guitarra y un chubasquero. Una mierda de canción comienza con un recitado macarra, de esos en los que Julio es un maestro, para introducirse posteriorme en un magma sónico, vertebrado por el colmillo afilado de un espectador anónimo, como si la cosa no fuera con él, casi sin solución de continuidad, aparece una vertiente disco, Violines de noche, el arreglo perfecto para un texto que remite al penúltimo baile etílico en la última pista de la ciudad. Un piano con una copa de menos da vida a El anzuelo, confesional y apátrida de los cuerpos, la delicadeza del instante sirve de arreglo para otra canción. El amor desperdiciado es una de las piezas más hermosas del disco, canción perfecta para dejar paso a Canción de guerra, el De la Rosa equilibrista, con el machete en la boca (tranquilo, no tengo ninguna intención de usarlo, a menos que des razones, sólo estoy aquí porque tú me lo pediste). Terminamos este particular viaje hasta el final de la noche con Resumiendo. Cierra la puerta al salir, deja la llave debajo del felpudo, cuando quieras repetimos, dejaré el móvil apagado, pero si te portas bien te escribiré una canción.


Un disco mayúsculo, exigente, de pasillos y cajas de mudanza. Julio de la Rosa, más grande que la vida.