Hablar de la grandeza de Julio de la Rosa a estas alturas parece un ejercicio de simpleza emocional, pero, como todas las cosas evidentes a veces es mejor repetirlo por si la memoria de pez de esta sociedad revenida ejerce su presión. El Julio festivo, envilecido por ese vino tinto que te enciende los ojos en las tabernas, el Julio de El espectador, ha vuelto a las cavernas, al garito, no como depredador, más bien como observador de la fauna: De la Rosa plantea un LP cerrado, con el comienzo de Uno, levísimo compendio de ternura que nos obliga a abrir las persianas con Tan amigos, uno de esos temas que, una vez inoculado, crece dentro de ti, hasta ser parte de tus venas. Las camareras, con su ritmo simplista y sus ecos al Battiato más lúdico, nos emociona como una declaración definitiva (hasta la próxima) de intenciones, Entresemana, la crónica del desencuentro vital de una urbe, del amor como un pasivo arrinconado en la contabilidad de la vida, El temporal es una miniatura perezosa de té frío y reflexión, La Fecha en la tapa, como un rumbita mutante, el juego ibérico del danone y el cacaolat, con la verbena indie saliendo de los dedos de Abraham Boba. Volvemos a la crónica canalla que va del martes al jueves, todos saben que salir el fin de semana es de horteras, vamos a ver quién puede hacerse más daño de una sola vez, Hasta que te hartes. Sustentado por un órgano preciso y con una voz reventada en luz de media tarde, Julio elige como single, Sexy, sexy, sexy, la sutileza de lo evidente. No me mires con los ojos es una miniatura poética con violines de aguardiente y susurros de terciopelo. El traje nos trae el remedo más costero de De la Rosa, el que compone frente al mar con una guitarra y un chubasquero. Una mierda de canción comienza con un recitado macarra, de esos en los que Julio es un maestro, para introducirse posteriorme en un magma sónico, vertebrado por el colmillo afilado de un espectador anónimo, como si la cosa no fuera con él, casi sin solución de continuidad, aparece una vertiente disco, Violines de noche, el arreglo perfecto para un texto que remite al penúltimo baile etílico en la última pista de la ciudad. Un piano con una copa de menos da vida a El anzuelo, confesional y apátrida de los cuerpos, la delicadeza del instante sirve de arreglo para otra canción. El amor desperdiciado es una de las piezas más hermosas del disco, canción perfecta para dejar paso a Canción de guerra, el De la Rosa equilibrista, con el machete en la boca (tranquilo, no tengo ninguna intención de usarlo, a menos que des razones, sólo estoy aquí porque tú me lo pediste). Terminamos este particular viaje hasta el final de la noche con Resumiendo. Cierra la puerta al salir, deja la llave debajo del felpudo, cuando quieras repetimos, dejaré el móvil apagado, pero si te portas bien te escribiré una canción.
Un disco mayúsculo, exigente, de pasillos y cajas de mudanza. Julio de la Rosa, más grande que la vida.
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