Desde el sur, desde Clifford Records, que siguen construyendo con valentía un catálogo ecléctico y arriesgado de mucha calidad, nos llega la primera entrega de los psicosimios Monogay. Monogaxx planet, producido por Paco Loco, es un sangriento legado de garage y saturación de unos monos que aterrizan por accidente en Palomares y revierten a su estado más primitivo: el humano rockero. El disco se abre con un riff monolítico propio del pleistoceno ansioso de la música independiente, Módulo 7 revienta a base de bajos rugososos y una voz iracunda, de esas que generan violencia intelectual. El archivo sonoro que acumulan estos simios remite a un Bowie psicótico después de una noche de juerga con The Residents en Kill YBF, como si frotaran las guitarras sobre una pizarra espacial al ritmo cansino de un theremin. Sin demasiadas concesiones y una voz que bucea entre la telaraña instrumental repiten, como máquinas de loops orgánicas, melodías desquiciadas en Bastard Son. Un ligero remanso entre guitarras de cadmio sirve como sintonía para el Apocalipsis de un planeta en Monogaxx planet, juguetones y afónicos. Volvemos a los noventa más chulescos en King Kongay, como una banda de surf tocando en una playa contaminada de uranio. En FES la evolución de estos miembros honorario del Charlon Heston Fan Club les lleva a articular sus primeras palabras en español, más Nu Miles que Triángulo de Amor Bizarro. Calgary es una densa caminata eléctrica, con un punto retro, chapoteando en las descargas ambientales del ruido más melódico. El cierre viene con La Riviera, un encontronazo con los patrones del pop para terminar en un festín de distorsión magnética muy gamberra. ¿Hay alguien ahí? ¿vendrán pronto a buscarme?
martes, 10 de agosto de 2010
Monogaxx de Monogay (Clifford Records)
Desde el sur, desde Clifford Records, que siguen construyendo con valentía un catálogo ecléctico y arriesgado de mucha calidad, nos llega la primera entrega de los psicosimios Monogay. Monogaxx planet, producido por Paco Loco, es un sangriento legado de garage y saturación de unos monos que aterrizan por accidente en Palomares y revierten a su estado más primitivo: el humano rockero. El disco se abre con un riff monolítico propio del pleistoceno ansioso de la música independiente, Módulo 7 revienta a base de bajos rugososos y una voz iracunda, de esas que generan violencia intelectual. El archivo sonoro que acumulan estos simios remite a un Bowie psicótico después de una noche de juerga con The Residents en Kill YBF, como si frotaran las guitarras sobre una pizarra espacial al ritmo cansino de un theremin. Sin demasiadas concesiones y una voz que bucea entre la telaraña instrumental repiten, como máquinas de loops orgánicas, melodías desquiciadas en Bastard Son. Un ligero remanso entre guitarras de cadmio sirve como sintonía para el Apocalipsis de un planeta en Monogaxx planet, juguetones y afónicos. Volvemos a los noventa más chulescos en King Kongay, como una banda de surf tocando en una playa contaminada de uranio. En FES la evolución de estos miembros honorario del Charlon Heston Fan Club les lleva a articular sus primeras palabras en español, más Nu Miles que Triángulo de Amor Bizarro. Calgary es una densa caminata eléctrica, con un punto retro, chapoteando en las descargas ambientales del ruido más melódico. El cierre viene con La Riviera, un encontronazo con los patrones del pop para terminar en un festín de distorsión magnética muy gamberra. ¿Hay alguien ahí? ¿vendrán pronto a buscarme?
Celebrate it all de Big City (Naked Man Recordings)
Es complicado hablar de discos definitivos u obras claves, grabaciones perfectas donde cada melodía encaja sin más fisuras que las que los miembros de la banda buscan. Un disco complejo sin resultar pretencioso, eso es el Celebrate it all de Big City. De digestión exigente, armados con los manuales de estilo de los grandes, arremolinándose entorno al talento compositivo de Javi Vicente, jugando con la melancolía crepuscular en Who´s gonna set you free now, prisoner?, guiños al fab tour incluidos, revisando las nuevas olas luminosas en The Smiths, cuando la radio pasaba canciones hermosas y te alegraban la mañana, el poder del beat. Hay algo esperándote en una esquina de la ciudad, bajo la luz mortecina de una farola. Lo sé porque yo estuve allí escuchando The split end. Como una nana cantada para alguien que no quiere dormir. Los teclados de Ghostbusters se deslizan perezosos por toda la habitación, estamos esperando que llegue alguien que hace mucho anulo la cita. Como en una noche en tránsito, como en las canciones de Red House Painters, conducimos lejos del centro y buscamos algo en el dial para evitar hablar solos, porque la película está terminando al final de Car Music. Soy el desertor, el que imagina los desiertos e improvisa una revuelta tumbado en su cama con un banjo, On voulait la revolution. Déjame que te coja la mano y te lo explique. Finland y Poland, la primera se calienta en un microondas de voces exigentes y la segunda es una canción escrita junto al muro, junto a cualquiera de los muros. A song for you and me and the undertow, para el paseo a media tarde, para la celebración íntima de estar vivos. Un disco excesivo, evocador, un disco de largo recorrido, desde las primeras horas hasta la madrugada, un disco donde uno puede encontrar su lugar.
3 Mellizas de 3 Mellizas (Naked Man Recordings)
Di hola y abrirán la puerta. Lupe no escucha las televisiones encendidas, ni a los insomnes conectados a los programas de radio nocturnos, sólo se afana por ocultar sus pasos en el roce de la alfombra. Las pilas usadas se acumulan sobre la mesa, en lo cajones, junto a las cajas vacías del tabaco negro y lo medicamentos. Las pilas sucias y humedecidas, con el plomo que se escapa, como un bolero de reducción-oxidación, como en Apoteque. Te echo de menos con clase, tengo varios magnetófonos colocados en lugares estratégicos de la habitación, repiten tu nombre, un segundo, cada vez que acciono el mando que guardo bajo la almohada. Un ritmo perfecto, un eco, un lucero. Definitivamente te echo de menos con clase, mi pequeño Topo. G, conforme pasa el tiempo noto nuevos estigmas en ciertas parte de mi cuerpo que no recuerdo haber encargado por correo, zonas desconocidas e inexploradas que ya no atienden a razones ni placeres. Era un niño perdido, Maricon, con la cabeza puesta, del derecho o del revés, mostrando sus encías, afeitado, rasurado, cuero negro por toda la piel, ojos saturado de alcaloide, siendo que haber huido me salva, trato de que me recuerden. Siempre que andabas conmigo la ciudad se estrechaba, me daba miedo que te marcharas, que cualquier cosa nueva, Punteica, captara tu atención. No consigo recordar qué hice con las fotos de los dos, creo que las vendí a una revista sueca de lucha libre en el barro. Ahora haría cualquier cosa por no haber llamado tu atención ni un solo instante, Diminui. Vosotros estuvisteis allí antes que yo, con las guitarras y la batería, viendo como se apagaban las sinapsis frente a la sobrecarga alcohólica, en la frontera de París y Texas, Ry, tuve alucinaciones, dentro de ellas era notablemente más feliz que fuera. No es capaz de recordar el número de la habitación ni de distinguir un pino cansado de u madre muerta, Armito (y esto último sólo tendría sentido en una dimensión no regida por la geometrías euclídeas, en mi cuarto, celebrando las últimas calendas, Chinarr). Di adiós y cerrarán la puerta.
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