viernes, 22 de octubre de 2010

De carteles pilaristas

Me gustan las fiestas, pasadas por agua o sufriendo el calor desmedido de otros años. El movimiento perpetuo de la ciudad, recuperando sus calles y plazas. Siempre habrá tiempo para modernidad en festivales de calado independiente como el FIZ o un poco de espectáculo cabaretero con los Dadá en plena plaza de San Pedro Nolasco y, por supuesto, Loquillo para cerrar, que Sabina ya lo tenemos hoy por la noche. Pero lo mejor son los carteles de las fiestas: hemos superada la época de abstracción con fuerte exigencia cognitiva que los últimos años nos provocaban las modernas convocatorias del ayuntamiento y ahora nos entregamos a la herencia del “photoshop” de baratillo. Contemplo el cartel que anuncia la nueva entrega de la saga de Marianico el Corto, jamón en ristre, traje de superhéroe, y esta vez en “jolibú”. Yo creo que ha confundido la película del detective protagonizada por Eddie Murphy con la serie original del Supermán de Christopher Reeve. La cosa funciona, seguro que prolonga un par de semanas...El siguiente, blanquísimo, repetido hasta la saciedad por todo Independencia y más, con la candidata mimética, el presidente detrás, en un esquema de sumisión casi de manual. Al principio uno piensa que es una broma de mal gusto, como esas fotos que te encuentras en los periódicos usados donde el último lector marcó con boli la dentadura del retratado, pero después de un rato te das cuenta de que no, que va en serio: macho alfa protegiendo, tú tranquila que me quedo en la sombra, las cosas sólo cambian para permanecer igual. Oye, y como si nada, no quiero ni pensar qué hubiera pasado si la oposición hubiera utilizado la misma composición. Y además, como sobran los euros, nada mejor que coger carrerilla, que parece que las autonómicas están cerca, pero no hay que descuidarse. Hubiera preferido, de verdad, que la campaña fuera parte del sarcasmo socarrón propio del jolgorio festivo, pero, por lo que veo, va en serio.

Columna aparecida en el Heraldo (14 de Octubre de 2010)

La vuelta del síndrome Escartín

Compruebo con asombro el mercadeo al que se han sometido los presupuestos generales del Estado. Un intercambio arbitrario de concesiones y prebendas propio de dos bandos desesperados por alcanzar el final del partido con el máximo de puntos en su casillero. Que al PNV no le importe lo más mínimo lo que pueda suceder en el resto de España, siempre y cuando los estómagos se queden agradecidos, es habitual. Pero que el Gobierno, pasándose por el forro de todas las prendas de su fondo de armario, sea capaz de todo por salvar unas cuentas mortecinas, falsas y que, como mucho, tienen resuello hasta Navidades, es una demencial maniobra política propia del sucedáneo encastillado de un animal arrinconado. El habitual desdén hacia el resto de las regiones, complacientes y calladas -no dejaré que se me llene la boca con la palabra solidarias, no se preocupen-, la aceptación del chantaje y la sonrisa del presidente, atrapado en el laberinto, sin hilo de oro y con el soplido taurino -con perdón- bien pegado a la nuca, hace que algunos ciudadanos aragoneses, de natural reacios a las veleidades soberanistas, lleguemos al punto de considerar, como única manera de presión frente a Madrid, el voto aragonesista. Frente a esta distorsionada versión de la parábola de los talentos mezclada con la habitual condescendencia hacia los chantajistas y gritones, uno se desespera y comienza a considerar la necesidad de exigir que el tramo navegable del Ebro sea reclamado como parte de las aguas territoriales aragonesas. A despropósitos que no nos ganen. No es por ser agorero, pero estamos a punto de romper una baraja que, aunque tenga los naipes manoseados y ajados, es la única que tenemos, por ahora, para jugar. Y al final todo el mundo hablando de Abraham Olano y nadie se acuerda del heroico Escartín.

Columna aparecida en el Heraldo de Aragón (21 de Octubre de 2010)