Sé que por casa de mis padres aún debe de rondar una antiquísima gorra promocional con el logo Jaca’98. Ahora que están tan de moda los elementos de merchandising olímpico vintage —por un osito de peluche Misha en buen estado se pagan millonadas en ebay, pero nadie quiere camisetas de Cobi, supongo que no estamos todavía preparados para el arte contemporáneo— puedo hacerme de oro con ella. Mientras escribía el comienzo de esta columna, una llamada telefónica me ha recordado la existencia de un Opel Corsa 98 de tirada limitadísima que también podría ser considerado un objeto de coleccionismo asociado a los sueños frustrados. Yo, que quede claro, no abuchearé al alcalde de Barcelona si viene a Zaragoza, no me gusta esa actitud salvapatrias de sheriff del lugar que ha mostrado nuestra clase política, me recuerda demasiado a la imagen de unos cuantos voluntarios, cachirulo en ristre, azuzados por la curia local, sacando las imágenes y efigies de valor del Pilar durante el segundo Sitio para evitar que cayeran en laicas manos gabachas. Aunque esta comparación, la que incluye obras de arte religiosas y habilidosos expoliadores foráneos, quizá sea demasiado acertada. No creo que una candidatura olímpica sea la solución al déficit industrial de la región —aún estoy esperando mi parte de las inmensas riquezas que nos iban a llegar con la Santa Expo— ni la base del desarrollo económico y social para Aragón en este nuevo milenio, ir solicitando la organización de eventos mastodónticos para controlar el paro a base de obra pública, muy sostenible, sí señor. Que tiene un tufillo miserable el anuncio catalán, pues sí, no lo vamos a negar. Aunque no sé cuál de las dos posibilidades me enerva más: que nuestros vecinos se miren tanto el ombligo que no hayan considerado viables nuestras pretensiones, o que, directamente, lo hayan hecho por fastidiar.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del Jueves 21 de Enero de 2010