Para empezar una buena ración de tópico, pero es que al ver en primera fila de la “mani”, a Laporta, brazo en alto —que no puño, puesto que a presidente del Club no se llega sucumbiendo a veleidades cerca de las bases—, cubierto del confeti multitudinario, no puedo dejar de pensar en el Barcelona jugando con aquel Sabadell que llegó a primera a finales de los ochenta, dejando una plaza libre en la Liga de Campeones, un Barcelona tratando de sacar las cuentas de la mediocridad. Durante muchos años la única prohibición expresa para hablar el catalán surgía de los anarquistas catalanes de base, que no permitían que sus hijos hablasen el idioma de la burguesía elitista de la región, capaz de abanicar los deseos de Franco sin rubor mientras preparaban su abrazo final de las nuevas fronteras. Llegó Tarradellas y dijo “Ciudadanos de Cataluña” y nadie silbó. “Este año se oían más abucheos en castellano que en catalán” asegura sin atisbo de rubor Duran Lleida. La Diada mutó por un día desde la ofrenda cuasireligiosa a los símbolos de la nación, llena de flores perversas de las que alimentan el odio y la exclusión, a la perfecta alegoría de la ineficacia administrativa y el encastillamiento del delirio. Cuentan que la gente del PP este año se despertó a las cuatro de la mañana para tener todo el tema terminado antes de las seis. Ni un café se pudieron tomar después, que estaba todo cerrado. Decía el gran Obi Wan Kenobi: “¿Quién es más loco, el loco o el loco que sigue al loco?”. No tengo ni idea, así que haré un referéndum a ver qué opinan; tengo todos los votos marcados. ¿Y si lo convocamos en Sant Boi —el pueblo de los Gasol— un día de gloria de la Selección de basket? No te pases, que igual nos llevamos un susto.
Columna publicada en el Heraldo del 16 de Septiembre de 2009
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