Los militantes que el pasado sábado acudimos a la sala Jarvis para ver a Miqui Puig en formato íntimo disfrutamos de uno de los más bellos conciertos que se han podido ver en Zaragoza en los últimos años. Ni más ni menos. Miqui Puig, acompañado a la guitarra eléctrica limpia y los coros de Marc Botey (preciso en el sostén melódico), amasó un repertorio basado en sus dos primeros discos solistas, Casualidades y Miope, más temas rescatados de esa maravilla pop que es el último disco de Los Sencillos, Colección de Favoritas, junto a versiones y temas nuevos. Jugando a falso cantautor (¿Qué hay que hacer para pasar la oposición, Miqui? Escribir letras poéticas, de verdad, cotidianas, en las que uno puede vivir para siempre, lo tenemos, también embelesar a un auditorio con instrumentación mínima, aprobado también), abrió el recital con un tema nuevo, en catalán, de maduros elegantes, airados, VOS TROVABA A FALTAR, delicada, como lanzar un anillo de compromiso al mar y esperar que nadie se dé cuenta, después, Miqui contra el mundo, del Miope, con el guiño a Kiko Amat incluido, Miqui Puig frasea los versos tristes como nadie, los chicos siempre están esperando para comenzar a tocar. La primera versión del concierto fue una ralentizada visita al Bagdad que cantaban los Negativos (pueden ustedes disfrutarla en el Barcelona EP del antiguo Conjunto Eléctrico), supervivencia de base para las ciudades devoradas por la especulación emocional. ¿Te acuerdas cuando salía de tu casa a las nueve de la mañana y todo era blanco? Mis amigos preguntaban por ti y yo sólo me encogía de hombros, como si todas las Casualidades del mundo se juntaran de madrugada. El panteón pop de Miqui Puig es uno de los más exquisitos de España, dedicarle un tema a una chica que parecía Sandie Shaw (como una canción de los Smiths, como todas las canciones de los Smiths, desde Hand in globe al guiño final, ya lo decía Sergio Algora, Algunas chicas son mejores que otras), parques donde intercambiar cintas de 90 y viejos fanzines mientras las faldas cortas y las melenas nouvelle vague daban sentido a la palabra primavera. Hace unos años grabé un cd con las tres mejores canciones de la historia (cada día cambio, algunas siguen, otras no), la cuarta fue Revival, porque la línea de autobús Zaragoza-Barcelona se hacía más corta escuchando esas canción. Los antiguos clubs, las parejas de amigos que se casan, que tienen hijos, que te preguntan, ¿sigues coleccionando tebeos?, mira, todo va y viene. Miqui bromeó con el siguiente tema, escrito antes de la explosión de la burbuja, Tipo Loft (que en la versión en disco llevaba la voz nocturna y aginebrada de Diego Vasallo), no todo el mundo es capaz de utilizar a Truffaut para dibujar la polaroid del estribillo. Si fuera eso verdad, Miqui, lo de las chicas y el buen corazón, ya no escribiríamos canciones. Casi con arreglos de nana llegó una de esas canciones de entresemana, una canción subversiva contra la monotonía, ella se eleva ligeramente sobre las puntas de sus zapatillas y sabes que el momento ha llegado, La puta canción de amor en la que el chico gana. Polvos de talco, felicidad sintética, el disco no cotiza en bolsa, El Sirviente, la canción desesperada, la canción del sábado por la mañana, naranjas y té, tostadas y prensa, flores de televisión, te esperaré despierto (de momento). El segundo tema, muy Miqui, claro, Miquel a l'accés 14 de Mishima, sobre el amor casual en las puertas de un gran estadio. Miqui, amigo de sus amigos, generoso hasta el delirio, bajó del escenario y cantó sin miedo a pleno pulmón, la canción del chico que mira, del que desea lo mejor aunque no le quede ni una migaja de felicidad para él, quizá, lo único que resta es buscarse un cuarto pequeño en Londres y esperar que el mundo se olvide de ti. Todos sabemos que ahora mismo sólo una canción puede termirar un concierto de Miqui Puig, Drama, claro, más memorias de Barcelona, de las calles saturadas, de las vías recorridas en motocicletas mientras silbas canciones de Camilo Sesto o Los Salvajes, agarrado a la modernidad para poder algún día alcanzar la categoría de mito, uno se da cuenta de que los nombres de los garitos que salen en las canciones siempre terminan cerrados. Una más, Miqui, necesito sueños para aguntar la semana, vale, Octavio, te voy a contar la historia de un hotelito pequeño, junto a la costa, hace frío, claro, se llama Club Decadencia. Tenían cosas dulces y algo de champán. Allí fuimos felices, me sentía como el cantante de los Llopis en temporada baja mientras exploraba su cuerpo. No te cuento el final, ya sabes, todas las canciones terminan mal.
domingo, 1 de mayo de 2011
Miqui Puig en el Jarvis (30 de Abril de 2011)
Los militantes que el pasado sábado acudimos a la sala Jarvis para ver a Miqui Puig en formato íntimo disfrutamos de uno de los más bellos conciertos que se han podido ver en Zaragoza en los últimos años. Ni más ni menos. Miqui Puig, acompañado a la guitarra eléctrica limpia y los coros de Marc Botey (preciso en el sostén melódico), amasó un repertorio basado en sus dos primeros discos solistas, Casualidades y Miope, más temas rescatados de esa maravilla pop que es el último disco de Los Sencillos, Colección de Favoritas, junto a versiones y temas nuevos. Jugando a falso cantautor (¿Qué hay que hacer para pasar la oposición, Miqui? Escribir letras poéticas, de verdad, cotidianas, en las que uno puede vivir para siempre, lo tenemos, también embelesar a un auditorio con instrumentación mínima, aprobado también), abrió el recital con un tema nuevo, en catalán, de maduros elegantes, airados, VOS TROVABA A FALTAR, delicada, como lanzar un anillo de compromiso al mar y esperar que nadie se dé cuenta, después, Miqui contra el mundo, del Miope, con el guiño a Kiko Amat incluido, Miqui Puig frasea los versos tristes como nadie, los chicos siempre están esperando para comenzar a tocar. La primera versión del concierto fue una ralentizada visita al Bagdad que cantaban los Negativos (pueden ustedes disfrutarla en el Barcelona EP del antiguo Conjunto Eléctrico), supervivencia de base para las ciudades devoradas por la especulación emocional. ¿Te acuerdas cuando salía de tu casa a las nueve de la mañana y todo era blanco? Mis amigos preguntaban por ti y yo sólo me encogía de hombros, como si todas las Casualidades del mundo se juntaran de madrugada. El panteón pop de Miqui Puig es uno de los más exquisitos de España, dedicarle un tema a una chica que parecía Sandie Shaw (como una canción de los Smiths, como todas las canciones de los Smiths, desde Hand in globe al guiño final, ya lo decía Sergio Algora, Algunas chicas son mejores que otras), parques donde intercambiar cintas de 90 y viejos fanzines mientras las faldas cortas y las melenas nouvelle vague daban sentido a la palabra primavera. Hace unos años grabé un cd con las tres mejores canciones de la historia (cada día cambio, algunas siguen, otras no), la cuarta fue Revival, porque la línea de autobús Zaragoza-Barcelona se hacía más corta escuchando esas canción. Los antiguos clubs, las parejas de amigos que se casan, que tienen hijos, que te preguntan, ¿sigues coleccionando tebeos?, mira, todo va y viene. Miqui bromeó con el siguiente tema, escrito antes de la explosión de la burbuja, Tipo Loft (que en la versión en disco llevaba la voz nocturna y aginebrada de Diego Vasallo), no todo el mundo es capaz de utilizar a Truffaut para dibujar la polaroid del estribillo. Si fuera eso verdad, Miqui, lo de las chicas y el buen corazón, ya no escribiríamos canciones. Casi con arreglos de nana llegó una de esas canciones de entresemana, una canción subversiva contra la monotonía, ella se eleva ligeramente sobre las puntas de sus zapatillas y sabes que el momento ha llegado, La puta canción de amor en la que el chico gana. Polvos de talco, felicidad sintética, el disco no cotiza en bolsa, El Sirviente, la canción desesperada, la canción del sábado por la mañana, naranjas y té, tostadas y prensa, flores de televisión, te esperaré despierto (de momento). El segundo tema, muy Miqui, claro, Miquel a l'accés 14 de Mishima, sobre el amor casual en las puertas de un gran estadio. Miqui, amigo de sus amigos, generoso hasta el delirio, bajó del escenario y cantó sin miedo a pleno pulmón, la canción del chico que mira, del que desea lo mejor aunque no le quede ni una migaja de felicidad para él, quizá, lo único que resta es buscarse un cuarto pequeño en Londres y esperar que el mundo se olvide de ti. Todos sabemos que ahora mismo sólo una canción puede termirar un concierto de Miqui Puig, Drama, claro, más memorias de Barcelona, de las calles saturadas, de las vías recorridas en motocicletas mientras silbas canciones de Camilo Sesto o Los Salvajes, agarrado a la modernidad para poder algún día alcanzar la categoría de mito, uno se da cuenta de que los nombres de los garitos que salen en las canciones siempre terminan cerrados. Una más, Miqui, necesito sueños para aguntar la semana, vale, Octavio, te voy a contar la historia de un hotelito pequeño, junto a la costa, hace frío, claro, se llama Club Decadencia. Tenían cosas dulces y algo de champán. Allí fuimos felices, me sentía como el cantante de los Llopis en temporada baja mientras exploraba su cuerpo. No te cuento el final, ya sabes, todas las canciones terminan mal.
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Conciertazo!! (y gran crónica)
ResponderEliminarNo puedes hacerte idea, Kamerad, de lo que me cabrea haberme perdido ese concierto: el peso desaforado de las consecuencias de la personalidad A en un sábado que devino día de faena... La crónica ha reforzado el cabreo: es, pues, buena.
ResponderEliminarfue un concierto precioso...a ver si vuelve Miqui pronto con banda...
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