domingo, 24 de enero de 2010

Alejandro Monserrat Grupo en el CCOliver presentando Luz de Gas


Alejandro Monserrat volvía a los escenarios zaragozanos para presentar su nuevo disco, el directo grabado en Barcelona, Luz de Gas, y para ello elegía el CC.Oliver, inaugurando una sala íntima, bien construida, limpia de sonido y elegante en ambientación. Allí, rodeado de un buen número de amigos y seguidores, fueron desgranando, como olas que chocan contra la piedra, temas de ayer, de hoy. La guitarra de Alejandro Monserrat se desliza sobre las areniscas del aire como un heraldo perfectamente afinado, con la belleza de lo contenido que sólo se desboca al ritmo de la emoción creciente. La maestría de lo clásico se mezcla sin miedo con el drobo, con el laúd, con el juicioso descaro contemporáneo de Nacho Estévez “el niño”, fiel escudero, preciso en el sostén, sin amagos, sólido como el fuego que incendia el escenario cada vez que Carlota Benedí baila, en un espectáculo que hace brotar buganvillas en lo yermo del barrio. Las percusiones de Fletes jalonan el camino, marcan un nuevo ritmo en el corazón del oyente, son huellas sobre la tierra, marcas en la piel, hermanas eléctricas del bajo de Antonio Bernal, latido en las venas del cante de Israel Dual, en la ebriedad de la voz reventada de miel y sangre. Y Alejandro Monserrat, discreto, maestro, enhebra sus cuerdas con el violín de Noelia Gracia, como dos llamas que crecen, como un aviso a navegantes, como un mercurio enfebrecido que sostiene nuestras manos mientras me lees la buenaventura de los días. Hermoso como una tarde que se apaga prometiendo una noche de vino y cama, como una aurora fresca que alivia las penas de las horas pasadas, como Alejandro Monserrat de regreso a la ciudad.

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