jueves, 10 de diciembre de 2009

Una contradicción perenne (II parte)

Y después abres la puerta de la clase y todo es arrancar las páginas de los libros para dar forma a pajaritas grotescas que se estrellan contra los pupitres. Te acercas a tu mesa y esperas que el silencio caiga como maná bíblico hasta que te das cuenta de la inutilidad de todo el proceso. Risas contagiosas que tienen más de plaga que de alegría. Sigues al pie del cañón con interfaces digitales que no funcionan y tienes que sostenerle la mirada a supuestos profesionales de la docencia más preocupados por controlar su pequeño reino de taifas que por el avance educacional. Convive la polémica presencia de los crucifijos en las aulas con la imposibilidad legal de pedirle al chico de la cuarta fila que se quite la gorra cuando esté en clase. El director de turno piensa el modo de prohibir las Navidades mientras silba el porromponpero y nota cómo una buena parte de su pantalón se empapa de líquido gaseoso ante la posibilidad de practicar el estalinismo ideológico con la excusa de lo políticamente correcto. Lo importante es que no se traumaticen ante el cambio climático. Y eso que sigue haciendo frío en invierno y calor en verano, entre medio las sorpresas habituales, el calendario maya parece ser el único aliado científico de las predicciones de Al Gore y sus acólitos. Parece que seguiremos acudiendo a los almanaques y el calendario zaragozano, a la información legañosa del tiempo a las siete de la mañana. La estatua del jardín botánico no se reanimará bajo el efecto directo de los rayos solares, no en este lustro. Abracemos a la madre Tierra, está bien, abracemos a todas las madres, eso es mucho mejor. Porque ellas hicieron la revolución y la sociedad como un Dios pasado de copas —lo de Dios con perdón— decretó con sorna el final de la broma asesina: ahora la mujer independiente trabaja en sus labores —un funcionariado delirante: vitalicio pero sin vacaciones ni sueldo— y en la empresa privada de la vida.


No son necesarias las encuestas, el fútbol es el 85% de la vida, el desvarío creciente amenaza con fagocitar los centros neuronales encargados de administrar la sorpresa en el ser humano. Muchedumbres bajo la lluvia interpretan una pantomima patética de manifestación: arriba y abajo en la lista de los que mejor empujan la pelota dentro de la red. El menú dominical se extiende como un cefalópodo mutante al resto de los días de la semana, impregnando de gelatinoso aburrimento cada una de nuestras jornadas. Miles de canales, ojos que se multiplican de manera virulenta, variedad de opciones que no son capaces de ocultar su naturaleza real de fotocopia deficiente. Las descargas frente a la libre cultura, el artista de la “zeja” no sabe cómo ser enrollado con el subsahariano del Top Manta y a la vez vender una obra que el público no quiere ni regalada. Al final, cultura sostenida por el frágil engrudo de las subvenciones.

Me veo ahora, después de más de siete mil caracteres, espacios incluidos, en plena ceremonia de la confusión... será cuestión de resumir: nuestra sociedad se parece cada día más a una obra de Els Joglars. No estoy seguro de que esto sea bueno o malo. Decidan ustedes.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 10 de Diciembre de 2009

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