Albert Boadella de cara, sin miedo, ácido y corrosivo, salvaje. Els Joglars ofrecieron su cena particular durante cinco días en el Teatro Principal, un exorcismo incisivo de algunas absurdas neuras medioambientales que nos bloquean estos días. Todos los tics de la progresía española condensados en poco menos de dos horas: culturetas alimentándose exclusivamente de las columnas de opinión de El País, remedos de políticos acostumbrados a ser juzgados por sus ideas y no por sus hechos, lacayos funcionales con la servidumbre del teléfono roto como única guía... Boadella cumple su papel, siempre crítico con el poder, y escapa del rol de bufón maniatado para desplegar todo un repertorio de dardos afiladísimos. Els Joglars arrincona lo políticamente correcto para proyectar frente al público una imagen distorsionada de la realidad, un reflejo que arranca risas de los mismos que nos vemos retratados sobre la superficie pulida. Una desternillante escena en la que unos voluntariosas estatuas vivientes interrogan a la Ministra de Medioambiente sobre la idoneidad ecológica del uso de helicópteros para sus desplazamientos, o el delirante monólogo de un Grand Chef —mediático y concienciadamente sostenible— justificando la ingesta de carne humana como único medio para no abusar de la madre Tierra son dos de los momentos cumbres de este corrosivo despliegue de dramaturgia inteligente y cercana. Boadella ya no quiere actuar en Cataluña porque en cuanto sale a la calle le llaman fascista —el sino de demasiados auténticos intelectuales en España, primero escapando de las fauces del dictador para después caer en el nauseabundo pesebre de los chapoteadotes del poder—, pero es siempre bienvenido en nuestra región. Espero que nunca lleguen a quemarle el teatro, aunque estoy seguro de que si lo hacen controlarán las emisiones de humos a la atmósfera. Cosas más raras se han visto.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 23 de Septiembre de 2009
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