España se desmenuza, su tierra roja y gualda es un terrón humedecido que se 
deshace entre nuestros dedos. Contra el separatismo y la bilateral, de lo 
asimétrico y diferencial, yo que abandoné el forofismo patrio desde el gol de 
Iniesta y el engorilamiento posterior, me sigo emocionando cuando suena el 
himno. ¿Es España importante? ¿Y los españoles? Los que pitan en las rotondas y 
aceleran por el mero hecho de instrumentalizar emocionalmente la velocidad, los 
que cobran en negro y se jactan de hacerlo, los que protestan desde el salón y 
la red, los que olvidan su pasado, asfixian su presente y niegan su futuro. 
Españoles aficionados al desprecio sistemático, tramposos, indeseables, poetas y 
rockeros, investigadores sin beca, docentes de saldo. Españoles, católicos, 
forales, reaccionarios, republicanos con monarca, exterminadores de la Navidad, 
palmeros del ERE, devoradores de playa y butifarra. España acomplejada por años 
de apatía y resentimiento, por la inanición culpable de un sentimiento 
trasnochado pero que parece postmoderno cuando lo enarbolan los periféricos. 
Ministro, la españolidad no se transmite por ósmosis, ni se impone, no se 
compra...es parte del tejido de los sueños, de la filia por la historia, del 
amor por el suelo que uno pisa. En este debate estéril, pronto no habrá España 
para tanto parado. ¿Es este el final del país? Decadencia, aburrimiento, España 
repleta de mediáticos agoreros, de políticos de provincias embaucadores, de 
peseteros hambrientos de cortinas de humo en esta resaca de la especulación. 
España y sus naciones, España cabeceando en el último asiento de un autobús, un 
viaje larguísimo, de mil horas, hacia la nada donde nadie espera. No creo que 
veas la luz en la estación que se avecina.  
Columna publicada el jueves 18 de octubre de 2012 en el Heraldo de Aragón
 
 
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