Tranquilos lectores que no hablaré en esta columna de las películas de bajo presupuesto, donde el gore y los malos maquillajes más que asustar dan risa. Y eso que así, posiblemente, mis lectores más gafapasta disfrutarían de su ración de postmodernidad. No, me centraré más bien en los dos hitos que en estos últimos días han resquebrajado la telaraña que sustenta el delirio asesino: Bin Laden y Bildu. Nadie puede congratularse de la muerte de una persona. Ni aunque sea un carnicero parapetado tras un turbante, un kalashnikov y un chalet de lujo en mitad de Pakistán. Nadie cuyos parámetros morales vayan un centímetro más allá del “ojo por ojo”. Hablo de moralidad cuando es evidente que la fe ciega que alimentaba a Osama y sus acólitos escapa de cualquier valoración en término de principios. Por eso mismo la actuación del gobierno norteamericano coloca Bahía de Cochinos casi como una acción democrática y consensuada (iba a escribir, “pone en valor”, pero esta columna me está quedando un poco progre). Y aunque la dificultad legal de poner al terrorista Bin Laden frente a un tribunal hubiera sido mayúscula, eso hubiera situado de una vez al tan manido “Mundo Libre” en una posición, y vuelvo a lo moral, de superioridad como se consiguió en los Juicios de Nuremberg. Mientras, más cerca, mucho más cerca, la sombra del chantaje recorre España. Pancartas avisando a ZP la vuelta de la violencia en el caso de que Bildu (la serpiente de las mil caras, siempre con el hacha cerca) no contamine con su presencia las elecciones. Aquí sí que se trabaja con la ley en la mano, eximiendo del hedor con el que ETA pretende impregnar de nuevo las listas, en su búsqueda porcina del dinero público. No quiero la vuelta de las papeletas manchadas de sangre, otra vez no, por favor.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón de 5 de Mayo de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario