Esta crónica podría resumirse en unas pocas palabras: El Hombre Lento es la mejor banda alternativa aragonesa. Tanto por su directo como por sus canciones. Con esto tendría que valer, SayNoMore como diría el gran Charly García. Pero no me quedaré en silencio, enjuagaré las gotas de electicidad febril que cubren mis ojos y desatascaré los tímpanos intoxicados para hablar, para escribir sobre el concierto del sábado de El Hombre Lento. Sin palabras entre canción y canción, dejando que las imágenes hablaran, que la epilepsia interpretativa de Chiqui Castejón, armado con una acústica negra arrancada de las garras de Johny Cash, devolviera nuestro cerebro al purgatorio de las mejores alucinaciones, que la guitarra enrabietada de JJ. Gracia mascullara lamentos extraídos del punk elegante, del mercurio arenoso, de la noche abierta con farolas reventadas a pedradas. Ambos, junto al irredente bajo de Guillermo Mata y la precisión salvaje de Carlos Gracia, mecanizan un combo lisérgico de agresividad intelectual que desgrana canciones sobre la muerte blanca, las pistolas orgánicas y el hastío de los techos. Zaza es el hogar último de los ángeles exterminadores, la posada fin del mundo para los beatniks adictos a la morfina, Zaza es tan industrial como los paraísos abandonados llenos de máquinas abolladas. Bolero de ginebra y psicodelia metálica de la escuela de Battiato. Óxido del bueno para nuestras venas, arrugados por tanta banda impostada y tanto llorón de sobremesa. Me gustó cuando Big Boy subió y machacó la pandereta como si estuviera asesinando a Bob Dylan, me gustó el tres porque es cuatro menos uno y así no hay manera de cuadrar las divisiones, me gustó El Hombre Lento porque es música de la que te hace sentir vivo en mitad de la enfermedad.
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