Mirando el reloj, la arena se nos escapa entre los dedos, los pragmáticos dirán: nada cambia en realidad. Bueno, a mí me gusta comerme las uvas con mi familia y que el primer beso de año nuevo me lo dé mi madre, un sentimental, sin más. La semana pasada prometí ponerme la sonrisa y teclear algunas de las satisfacciones que nos ha traído el 2010. Seguro, que si escarbamos un poco y le damos ritmo de rumba nos queda una buena canción: los amigos que se casaron y siguen felices, los que han tenido un bebé que es el más guapo del mundo, la Militancia que adora los buenos tebeos y los discos que nos hacen bailar, visitar museos de arte contemporáneo sin entender nada pero con la mejor de las compañías, las estaciones de tren con calefacción incorporada, o el gol de Iniesta un día que el cielo, como en los tebeos de Asterix, parecía que fuera a caérsenos encima. Por fin he podido hacer público que el político Modesto Lobón es clavado a Leonard Cohen, me he reconciliado con los vinos aragoneses gracias a mi amigo Miguel Mena y su incansable afán por las raíces. Además me he sacado de la cabeza las repetitivas calles de Zaragoza para paladear otros lugares de la geografía aragonesa: Ejea de los Caballeros y sus revoltosos chavales de la ESO (y sus profesores, en la rueda infinita de la interinidad), Andorra y su puerta de los vientos, Ateca, el pueblo que lleva milenios oliendo a Huesitos o Teruel, donde los poetas sobreviven a pesar de marcar siempre las mínimas en el termómetro. No se me olvida la Huesca del Periferias y y sus noches de los jueves en buena compañía claro. Hay single nuevo de Copiloto y Ángel Guinda, un año más ducados entre los dientes, ha podido ver la penúltima ola rompiéndose en las playas del Ebro. Mañana, después de las campanadas, no olviden abrazarse a sus seres queridos y piensen: es el primer día del resto de mi vida. Yo brindaré por ustedes.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón de 30 de Diciembre de 2010
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