Tiemblan los cimientos de la civilización occidental ante las revelaciones de Wikileaks. Todos, asustados, buscan los mejores cadáveres dentro de su armario para darles lustre y justificar el olor a podrido. “Ya estaba así cuando llegué” es la frase recurrente en estos días. La culpa de todo la tiene el Unabomber y el que mezcló la última cepa de la viruela con la coca-cola sabor cereza y provocó el virus zombie. Nunca más habrá secretos de estado. Se trata de una controversia clásica: la protección de los secretos de estado frente a la verdad absoluta. Los expedientes clasificados, los X´s, los Z´s, el montaje de la llegada a la luna, “Alternativa 3” y las Fadas y Encantarias. Me imagino a los fanáticos de la conspiración frotándose las manos, a los que en los ochenta ya sabían que los extraterrestres vivían entre nosotros…los que defienden y defenderán siempre que Estados Unidos es el demonio y su presidente está poseído por Azrael.
La única posibilidad para que una sociedad madure, modificando de manera cualitativa sus criterios morales, una sociedad en la que la palabra libertad —con la que tantas veces nos llenamos la boca— realmente signifique algo, es eliminar por completo ese oscurantismo, dirigir el foco hacia las esquinas más oscuras y los cajones más vergonzosos. Digo sí a abrir la caja de Pandora: convocar referéndum de independencia, desarrollar el laicismo, descubrir las monstruosidades de las potencias capitalistas… así el berreo terminará, no hay nada que ocultar, somos así. El siguiente paso será pedirle a Kim Jong-il que nos deje echarle un vistazo a su diario de adolescente. Como dicen los investigadores de lo sobrenatural, con “luz y taquígrafo”. Si no estamos preparados todavía, mala suerte, hemos tenido bastante tiempo para estudiar el examen.
Columna publicada en el Heraldo de Aragón del 2 de Diciembre de 2010
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