La semana pasada estuve viendo a Greg Dulli en La Casa del Loco. Decimotercer aniversario de una de las salas con más solera para la música en directo en nuestra región. Recuerdo haber visto al gran Guille Martín guitarreando inmisericorde junto a Andy Chango en uno de esos bolos que te ponen la cabeza del revés, de esos que te recuerdan las razones por las que te metiste en el negocio, recuerdo a Sergio Algora presentando por sorpresa “Los Días Más Largos” mientras cantaba Nada me importa de Los Módulos...La Casa del Loco, escenario donde hemos construido nuestros sueños a base de canciones y risas, también la elegancia pop impenitente de La Lata de Bombillas, el arriesgado ruidismo del Mar de Dios, la poesía en todas sus vertientes de La Campana de los Perdidos, la ecléctica propuesta de La Ley Seca, el rockandroll de toda la vida en el Arena Rock, y el Hispano, la Oasis, el Páramo, la Zeta... La iniciativa privada, aprisionada entre un público pasota y mandamientos municipales revisables –sería este un buen momento para tratar el tema del Arrebato– sobrevive como buenamente puede. Habrá garbanzos negros y manzanas podridas porque la noche es complicada y muchas veces miserable, pero la supervivencia de la música en directo, no se nos olvide nunca, depende, sobre todo, de la gente que acude a disfrutar de ella. No nos entreguemos a posturas ombliguistas ni quejosas, la educación emocional de las próximas generaciones debe sustentarse en el pop, porque el pop es una celebración no elitista de la cultura y, como tal, defendible hasta el final. San Neil Young y San Leonard Cohen, proteged a los garitos y a los programadores de conciertos de la entropía abúlica del espectador, porque yo quiero buen rock esta noche, prometo limpiar mis zapatos de ante azul.
columna publicada en el Heraldo de Aragón de 18 de noviembre de 2010
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