Extraño agosto de cierzo y tormentas en Zaragoza. Como siempre, a medio gas, disfrutando con lectura de digestión sencilla, tebeos saldados de superhéroes y novelas de la Transición de Vizcaíno Casas -cada uno, ya se sabe, tiene sus vicios. Del Benidorm bizarro, con actuación en directo de María Jesús y su acordeón incluida, a punto de reventar de rascacielos y luces de neón, hasta un Salou renovado, otrora cuarta capital aragonesa -con permiso de Soria, la ciudad sin aire acondicionado-, hoy un eslabón más en la urbanización costera, que confunde los pueblos en una mixtura de paella, sangría y playa. Me gusta el Salou silencioso donde aún se respira algo del viejo pueblo de pescadores, aunque no queden librerías y la Ley de Costas haya engullido las ferias perpetuas al lado del club náutico. Y si uno quiere alimentarse de recuerdos, nada mejor este año que Veruela, el FIB de los cantautores, con gente golpeando las puertas del monasterio, en un homenaje ecléctico a Labordeta en el que los habituales de los festivales sólo extrañamos alguna versión de Joy Division y agradecimos los momentos menos politizados y más líricos, raros en el vaivén postdemocrático de los pueblos de España. Zaragoza, tranquila, de sustituciones y media mañana, prensa esquelética en fichajes y novedades, con el azucarado final del Tour que casi me hace repudiar mis anteriores loas a Contador, Zaragoza de terrazas en las riberas y los parques, granizados espirituosos para ayudar a combatir el caluroso insomnio. Les propongo una excursión al Maestrazgo o una escapadita a San Lorenzo, que este año toca Peret. Si no les convence nada, creo que reparten deuvedés con los partidos del Mundial que, como he dicho al principio, cada uno tiene sus vicios. Eso sí, si van a salir, no se olviden de ponerse el cinturón o no llegarán nunca a presidente del Gobierno. ¡Qué país!
columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 5 de Agosto 2010
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