El pasado fin de semana estuve en Vitoria. Sí, queridos lectores, en plenas fiestas de la Virgen Blanca el que firma, rodeado de charangas, pinchos y blusas, trataba de ejercer formalmente de gafapasta estival: visita el estupendo museo de arte contemporáneo —aquel en el que la línea que separa el fraude de la genialidad es realmente estrecha— y a la catedral gótica. Además, en el Fernando Buesa Arena, el pabellón que recuerda con su nombre al socialista asesinado por ETA, jugaba la selección española, veintidós años, uno detrás de otro, sin pisar suelo vasco. Paliza a Lituania y a Eslovenia, cómo juega la selección de basket —y es que los chicos de la Olimpiada de Seúl o el “angolazo” nunca estaremos suficientemente agradecidos a los padres de los Gasol—, de memoria y con toda normalidad. En la prensa se confirmaba el acuerdo entre los organizadores de la Vuelta Ciclista a España y el Gobierno Vasco para que la carrera vuelva a las carretereras de la región en el 2011. La última vez fue la edición de las chinchetas en el suelo, de la anulación de las etapas finales, del desplome del Correo español del pueblo vasco, la vuelta del otro caníbal belga, el grandísimo Freddy Maertens. Patxi López lo está haciendo muy bien, está normalizando la situación, apretando los dientes, recuperando la calle, vasquista y constitucionalista. Patxi López sonríe a escondidas mientras lee el informe norteamericano que avala su gestión en la lucha contra el terrorismo. Durante demasiado tiempo se agitaron los árboles de malas maneras en Euskadi. Hoy, y permítanme esta licencia poética aún a riesgo de parecer cursi, se filtra un rayo de sol entre tantas ramas. El año que viene vuelvo a Álava, a ver si han terminado ya la catedral y de paso veo a Contador coronar Jaizkibel de amarillo.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 12 de Agosto
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 12 de Agosto
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