Regina Otaola, la mujer que consiguió que floreciera la libertad en el infierno de las pistolas asumiendo como única herramienta la legalidad, abandona la alcaldía de Lizarra. Una noticia trágica, una puntillada más en la progresiva necrosis de la democracia española. Ella, que tuvo que redefinir su vida para convertirse en un oasis en el desierto del miedo, un faro en el territorio de los susurros amenazantes, del algohabránhecho, dijo: Hasta aquí hemos llegado. Y ahora, agotada de empujones y pintadas, de verse acompañada de las sombras indelebles, también cada vez más cansadas, que se yerguen en su espalda. Harta, sobre todo de la farisea actitud de su partido que, como un perro famélico, olisquea en busca de cualquier voto en cada esquina del país, sin preocuparse de todos aquellos que, engañados, asumieron compromisos y soportaron cuitas e insultos. Todos por el simple hecho de saber que estaban haciendo lo correcto. De verdad, no sé quién puede seguir dando su voto al PP, a este PP lamentable, al que se le ven las costuras en su disfraz de renovación. Escucho, con todo el respeto, algunas voces ajenas que, completamente alejadas del nacionalismo, repiten como una letanía la necesidad de que el pueblo vasco decida. De acuerdo, pero por qué no leemos la voluntad en los números; no creamos que los que más gritan, los que más usan el eco de las armas, son los que tienen razón. Contemos los votos y pensemos, por una vez, en los que no quieren que se les imponga el delirio sesgado del autoritarismo más caduco. Ellos, los que quieren seguir viviendo en su tierra, en una tierra en paz, los que ahogados todavía boquean, son a los que deberíamos escuchar. Se va Regina Otaola, una muesca más en el cinturón de la ignominia.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 11 de Febrero de 2010
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