El pasado fin de semana deseé poseer el don de la bilocación: en La lata de bombillas tocaba Copiloto y a unos pocos metros, en La ley seca, los Louisiana se presentaban de nuevo ante el público zaragozano con su formación eléctrica. Al final, un rato en un concierto y otro en el siguiente. No sólo es en el panorama musical —el domingo me dejé caer por La campana de los perdidos para alimentarme un poco del humor corrosivo y cotidiano de Jaime Ocaña—, ni tampoco un fenómeno exclusivo del fin de semana de Carnaval —el intensamente lírico Dominique A. y los daneses Raveonettes, deudores del rock más clásico, han sido dos de las referencias musicales en el panorama europeo que nos han visitado en las últimas semanas. Se trata de algo más global, surgido al auspicio de una nueva generación de artistas y promotores que evitan lo acomodaticio, renegando de las formas sedentarias de la cultura que arrastramos desde mediados de los ochenta. Y aunque la ciudad vea cómo un jugo espeso de vanguardia va fermentando de manera impetuosa por cada esquina, aún queda mucho camino. Esta efervescencia debe jugar un papel fundamental en el desarrollo cualitativo de la ciudad en relación con el resto del país, pero lo debe hacer basándose siempre en un principio que combine de manera equitativa lo lúdico y lo intelectual, que interese al público pero que no rinda servidumbre al poder. Una ciudad que evite lo provinciano, que sea capaz de promover una red de locales, salas y espacios, soportados por la iniciativa privada —la que de verdad confiere validez, junto el espectador, a la producción artística—, que se relacione de manera natural y constructiva con Huesca, con Teruel, con los otros núcleos poblacionales de la región. Sé que se acerca una nueva Muestra de Pop y Rock y otros rollos, veinticinco años después de la primera, que el prometedor proyecto de la Noche Blanca ha recibido, en un gesto casi insólito, el apoyo de todos los grupos municipales a pesar de ser una propuesta de la oposición, y que hay razones para un optimismo controlado. El camino no ha hecho más que comenzar, pero algo se respira en el ambiente. Puede ser, como cantaba Luis Cebrián revisando a Adamo el sábado pasado, "nuestra gran noche".
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 18 de Febrero de 2010
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