Rasgas con cuidado el plástico y compruebas por enésima vez que tus dedos estén limpios, no quieres que nada estropee la portada, empiezas a salivar mientras la aguja se posa, en un beso de diamante septuagenario, sobre el vinilo. La magia comienza, un hechizo antiguo que repunta frente a la deriva que sufre el consumo de la cultura. Entre el Spotify y ese pedazo de plástico que luce como una pequeña obra de arte transcurre prácticamente la totalidad de la historia Contemporánea. Hoy encuentro entre los regalos de Reyes el “Ignatius EP” de Copiloto, con su exquisitez pop, con su manual de canciones perfectas y el disco navideño de Los Twangs, con sus villancicos ejecutados a ritmo de surf. Sé que pronto tendré en mis manos el nuevo material de De Vito, el “Berlusconi EP”… me gusta la reedición “Gipsy Rock” de Las Grecas—música disco y rumba en la España de la Transición—, adoro a la penúltima “banda más grande del mundo” según la prensa británica, Arctic Monkeys y su calentísima versión de Nick Cave recién salida del horno, paladeo casi con veneración los EP´s—extended play o siete pulgadas—de mi madre, con sus cuatro canciones, dos por cada lado, Los Brincos, Bruno Lomas o Rita Pavone cantando en español. Los medios de comunicación no dan crédito al fenómeno, es como si el mundo volviera a leer libros o los profesores recuperaran la autoridad en las aulas, como si la X sólo sirviera para marcar los tesoros en los mapas y no para señalar a presidentes del Gobierno chivatos, como si retransmitieran el discurso del Rey en la televisión pública vasca, como si se acercara una nueva Expo a Zaragoza o el Teatro Fleta sirviera de escenario para el retorno de Fernando Esteso en sesión doble con Perico Fernández. Y de fondo sonando Los Pasos, con “Nací de pie”, claro. Me como el Roscón.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 7 de Enero de 2009
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