Yo acuso a los que aplaudieron al ver la cara ensangrentada de Berlusconi en la radio, a los que celebraron con jolgorio público la patada en la espalda de Hermann Tertsch, a los que, sin saberlo, recordaron aquello del “algo habrá hecho” —que tan de moda se puso a finales de los setenta en Argentina— cuando dieron la noticia del asesinato del alcalde de Frago. Porque puede que Berlusconi no nos guste como presidente de la República Italiana, que seamos más del Inter que los Agnelli, que pensemos que la televisión privada en España empezó con mal pie al incluir en su bisoña programación a las Mamma Cicco con la aquiescencia del grandísimo Valerio Lazarov. También es probable que cuando escuches a Hermann Tertsch nombrar las palabras “Esperanza Aguirre” tengas la necesidad de limpiar con incienso tu piso o que el Gran Wyoming te siga haciendo gracia —a mí, la verdad, lo que me da es pena, esta vez sí que haces el peor programa de la semana— a pesar de realizar tal ejercicio de seguidismo del poder que uno ya no sabe dónde empieza el trasero de Zapatero y comienza la lengua del señor Monzón. O que tengas muy claro que cualquier labor municipal frisa el fascismo si la ejerce algún cargo del PP, pero seguirá sin ser democrático o propio de una sociedad moralmente coherente —sea laica, confesional o patrocinada por la coca-cola— disfrute cuando inflan a golpes a un presidente elegido en las urnas, a un periodista que defiende una opción política o asesinan a un representante del pueblo. A mí no me hace la menor gracia, la verdad. Y a todas las personas que acuso debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Sólo son grupos de facebook, espíritus digitales de maleficencia social. No sé si queda algo de revolución en mis palabras pero sí que buscan la justicia.
columna aparecida en el Heraldo de Aragón el día 16 de Diciembre 2009