Cada vez que alguien me felicita el solsticio de invierno me viene a la cabeza el sacrificio ritual de algún animal para satisfacer las ansias de dioses propios de los mundos de Lovecraft. Ya te has pasado, Octavio, demasiada sci-fi combinada con los rigores del frío polar… sí tienen razón, la Misa del Gallo está cada año más vacía y algunas representaciones del Nacimiento tienen un aura tan kitch que sólo falta el caganet de Belén Esteban —con perdón—; además, el otro día estuve en Madrid y vi cómo Gallardón ha llenado la ciudad de extrañas luces extraterrestres, como sacadas de un especial de Navidad en ARCO. De todos modos, esa actitud progre que combina la ya tradicional y navideña reacción anticatólica con una especie de advenimiento del neopaganismo —una mezcla confusa entre El Señor de los Anillos, Avatar y los perroflautas saltando completamente pasados por encima de las hogueras en San Juan. Uno de mis escritores favoritos, Alan Moore —autor, entre otras, de las obras Watchmen o From Hell—, es devoto del dios-serpiente Glycon y el tipo se queda tan ancho. Bien por ti, Alan… si tú eres capaz de sentirte identificado con algún rito precristriano, estupendo, celebraré contigo el Hanuka vestido de tortuga Ninja —siempre que la hidromiel sea abundante y espesa, claro—, o bailaré danzas propias de algún descendiente directo de una larga tradición de machos cabríos. Mientras tanto, mejor deséame que pase buenos días y yo haré lo mismo, con la familia y la gente que quiero, sin excesos, adornando el árbol con mi madre, contando uvas, recordando a la gente que se ha marchado, durmiendo en casa de mis padres la noche de Reyes. La otra tarde un señor me felicitó las Pascuas, no lo conocía de nada. Me hizo sonreír.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 24 de Diciembre de 2009
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