Sólo unos pocos minutos después de que la última ronda de votaciones hubiera encumbrado a Río de Janeiro, los primeros chistes mofándose de la derrota madrileña corrían por la red. Más rápido que la muerte de Michael Jackson, más ácido que el revuelto de Polanski… el ínclito Gallardón lanza balones fuera mientras Álvarez del Manzano en esRadio —sí, le sigo la pista a Federico y más cuando lleva a Jorge Javier Vázquez de invitado— juega al abuelo cebolleta marcando distancias con su sucesor. En España, a toro pasado, todos somos muy listos y contemplo, satisfecho, cómo se incorpora al vocabulario colectivo el término “rotación”. No puedo creer que sea el único al que perseguir una candidatura olímpica en una época de crisis le parezca demencial. Como las moscas y los cañonazos, la exposición de las frutas y las verduras, o Bunbury cantando en Monegros canciones de Sinatra mientras intoxicados británicos se dedican a demoler las habitaciones de los hoteles-casinos. Todo son cortinas de humo y talones impagados a ciento veinte días. La pandereta desafinada es como un cuerno de guerra mutilado que utilizan nuestras diminutas goletas al atravesar el océano, bien alejadas de los atuneros, no vaya a ser que molesten a los piratas somalíes o a la ministra Chacón. De todos modos, si hacen falta unos euros para pagar el rescate —lo mejor, siempre, la estrategia del niño llorón— podemos pasarnos por el Levante, ese hermoso chamizo de trajes, sectas y demanda fluvial donde Camps es capaz de manipular la realidad como un avatar de Matrix cualquiera para poder seguir al mando. Esta España… menos mal que se acercan las fiestas del Pilar y vienen a tocar los Love of Lesbian. Yo estoy planchando el cachirulo.
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