Ateca se fundó casi doscientos años antes del nacimiento de Cristo. Hay una fábrica de Huesitos a la que, hasta hace unos años, los niños acudían para recibir muestras gratis. También hay un instituto de esos que quedan lo suficientemente cerca como para que los profesores interinos se organicen en ruedas para ir y volver en el día desde Zaragoza. Pero lo mejor de Ateca es, sin duda, La Noche Sin Techo: un festival coqueto, abierto y sin imposturas, en el que la gente intercambia durante unas horas belleza, ilusión y arte. Sin más apoyo oficial que la cesión gratuita de las instalaciones, un puñado de quintos de la localidad enhebran una programación en la que más allá del alto nivel artístico se impone la voluntad de transmitir pasión por la vida. Y para ello, en esta sexta edición, celebrada los días 25 y 26 de septiembre, los organizadores echaron mano de un repertorio que iba desde el rock castizo de los Insulina Morgan a la preciosidad extrema de los videomicropoemas de Ana Lacarta y Sergio Duce, pasando por las versiones traviesas de los Dadá —capaz de hacer temblar un enorme frontón con mucha actitud y una revisión de Ray Charles—, la elegancia a los platos de Daniel Castillo —que nos permitió alcanzar la luz del día descubriendo que no nos habíamos convertido en vampiros—, la risa desbordante de Jaime Ocaña y delirante ejercicio de humor cotidiano de Luis Cebrián. Ateca, durante La Noche Sin Techo, florece como uno de esos pequeños brotes de convivencia mágica que te hacen pensar que, si lo intentamos, todavía queda esperanza para el mundo. Y sólo con un buen puñado de guitarras afinadas y una barra inagotable de ilusión hasta altas horas de la madrugada. Eso sí que tiene mérito. Nos vemos el próximo año.
Columna aparecida el 30 de Septiembre de 2009 en el Heraldo
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