Ayer estuve en el programa de Miguel. No tendría que ser una novedad si no fuera por el hecho de que era mi última agenda de la semana. Cuando llegué ya estaban la chica rubia y la chica morena, sentadas, con los ojos muy abiertos, sonrientes, escuchando a Miguel. Ellas toman el relevo (y si queréis leerlas aquí tenéis su blog). Después de tomarme unas cañas con ellas me fui paseando desde San Siro hasta el VIPs y, mientras compraba tebeos y películas, me emocioné un poco. Demasiadas emociones en pocos días. He sido muy feliz en el programa de Miguel, cada sábado, con resaca, sin ella, con los dedos manchados de tinta de vinilo, con las hojas milimétricas y con la improvisación final. La voz de Miguel es hermosa, impactante, nutritiva, pero lo es más su presencia, su amistad, su sapiencia... cuando uno piensa lo complicado que es ser feliz en un sitio, sentirse cómodo, sentirse a gusto... y de pronto la cosa se termina y ya lo estás extrañando. La vida me está haciendo trampas últimamente, me dice: Ok, Octavio... ya verás qué bien. Y termino en calzoncillos, escribiendo una entrada de blog, una tarde de domingo, sin saber muy bien qué hacer o a dónde acudir. Pero planeo venganza, ruptura, catarsis...
Muchas gracias por todo, Miguel.
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