En el año 1988, en un Rincón de Goya lleno hasta la bandera, Leonard Cohen, el judío errante, con los ojos cerrados y una intensidad que lo acercaba a los más puros representantes del cante jondo, presentaba uno de los discos claves de toda su trayectoria, el sintético I´m your man. Una buena parte de los que acudiremos el próximo martes al Príncipe Felipe no teníamos la edad suficiente como para estar entre aquel público. Hemos tenido suerte, Cohen es un superviviente, lanzado de nuevo a la carretera por la quiebra económica, cuando su vida transcurría mirando más hacia el final que hacia el presente. Su voz imperfecta ha servido de tabla de salvación a casi todas las generaciones de maestros, músicos, artistas e intelectuales desde finales de los sesenta hasta la actualidad. Un icono reconocible que escapa a las modas con la elegancia de su traje negro y su cabello cano y escaso. Sus textos son salmos salvajes para un Dios personal que le arrastra constantemente desde la abstinencia emocional al más epicúreo de los estados, desde la escarpada isla griega de Hydra —donde el trovador canadiense alimentaba su Olivetti de frutos secos y estampas para Suzanne—, hasta el retiro en un monasterio zen en las montañas que rodean los valles de Los Ángeles, desde donde contempló el futuro y fue capaz de definir su esencia criminal. Además, y eso hace especial la visita de Cohen a Zaragoza, en su banda de acompañamiento destaca el guitarrista aragonés Javier Mas, capaz de impregnar de mediterráneo y lirismo los temas de Cohen mediante las esencias perfectas que genera su bandurria. Todo el mundo lo sabe, corre de boca a boca, primero conquistará Zaragoza, después... les devolverá el mundo a los poetas.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 10 de Septiembre
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