lunes, 6 de julio de 2009

Julio de la Rosa en las Playas: Más grande que la vida


Abrieron Kyoto. Efluvios de oscuridad, atrevidos en sus modelos, mezclando cuchillas sintéticas con tormentas analógicas, batería, bajo, voz y teclados. Lo demás es el silencio incómodo que queda cuando el viento arrastra los restos de los acordes. Era un recinto complicado para la propuesta intimista de Kyoto, pero lo salvaron a base de distorsión y electricidad.


Julio De la Rosa abrió fuerte el recital con (Canción de amor) en Braile, árida, con el modo esquivo de MOS. La última vez que habíamos podido disfrutar de Julio en Zaragoza con banda había sido en una íntima presentación de su primer disco en solitario en la Lata de Bombillas. Desde entonces sólo se dejaba acompañar por poesía, guitarras prestadas, reproductores portátiles y pedales sincopados, siempre solo, siempre acompañado por un público devoto. Esta vez el menú incluía los tres platos y el postre, más orujo y café. Enseguida empezaron las perlas de su último disco, El Espectador, apoyado en todo momento por los teclados y el hermosísimo sonido de acordeón de Abraham Boba. Tener al autor de Las hermanas Sánchez es un lujo que hay que saber utilizar. De la Rosa da carta blanca para llevar al directo El Espectador, un disco abierto y orgánico, de amores esquinados y textos elaborados. Que a nadie se le llena la boca con la palabra viraje, pase lo que pase siempre es De la Rosa. Caradura, el primer single del LP, tiene la fuerza de las canciones redondas, Amigos de mirar, delicada y suficiente, menos de cuatro minutos para escribir la historia de amor imperfecta. Los recuerdos de la astucia es el encuentro de miradas que resume una vieja máxima: los amores de verdad sólo se pueden vivir en los aeropuertos. No era uno de esos locos trae el malevaje versión arrebatada, con una banda engrasada a base de ginebra y mar. De la Rosa ha pasado de sonar acuático a paladear el vino pesado que sirven en las tascas. Todas las canciones, a través de sus ojos enrojecidos, tienen algo de empatía con la locura como esa delicadísima estampa que es La Cama. Tuvo tiempo de recordar un tema de Fantasma#3, un disco apresurado enhebrado junto a Pau Roca (guitarrista de La Habitación Roja y solista de su banda actual) y Sergio Vinadé (mente preclara del indie español, primero con El Niño Gusano y en la actualidad despachando orfebrería pop desde Tachenko), con el estribillo absolutamente Bowie de Vivir. Sonó El Milagro, la versión mediterránea de un canto pagano a la luna, a la mezcla de tierra y sangre que trae la noche. Sonó Cosas que pasan y los acordes salían de los dedos de Abraham Boba como manejados por prestidigitador exquisito expulsado de Las Marquesas.


Cuando De la Rosa se despojó de la guitarra y la banda empezó a trepidar como una caja de ritmos esquizofrénica supimos que algo importante iba a pasar: "Un día inspoportable, había sido..." las primeras frases de Kill the Mosquito, el manifiesto fundacional del rock recitado español. De la Rosa no podía entregarnos un regalo mejor.

Y la banda volvió. Recuerdo las historias que se contaban, cuando el Hombre Burbuja braceaba los sueños del sur montados en un barco, cuando Julio de la Rosa gritó en un escenario “El Hombre Burbuja ha muerto, viva el Hombre Burbuja”. Recuperó Mi Rulot and I- no sé por qué me pensé en Sergio Algora tocando la pandereta en el cielo- y Por qué no folláis- Pablo Malatesta, que grabó una versión de este tema para su proyecto Polizei, bailaba a mi lado- con esos riffs de la década perdida (¿fue el Hombre Burbuja lo único salvable de los noventa? Consulten la prensa). Y mientras pedía más ranas, mientras pedía más playas por monitores, De la Rosa decidió despertar al Monstruo (que) nunca duerme, él sabe que en Zaragoza el sonido de las sirenas avisa de los restos de nuestro fuego.


Julio De la Rosa, más grande que la vida, discreto maestro de la ebanistería de canciones, el secreto que nos gusta compartir, Julio de la Rosa, siempre, en cualquier circunstancia.
La foto es del Colectivo Anguila

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